Cuentos chinos alcalaínos (XIV)

    10 dic 2025 / 08:49 H.
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    Estaba aquel alcalaíno paseando por los Llanos, haciendo su paseo matutino, contemplando la gran helada que había caído cuando sintió que el mundo entero parecía haberse detenido. El frío le mordía la piel, pero lo que verdaderamente dolía era ese peso invisible que llevaba dentro, ese cansancio del alma que aparece cuando los problemas se amontonan sin dejar espacio para un suspiro. A veces, pensó, la vida se vuelve tan oscura que uno deja de creer en la salida, deja de confiar en que algún día volverá a sentir calor. Pero allí, entre la quietud y la escarcha, algo cambió. Una chispa de luz tembló sobre el hielo, tan pequeña que parecía un espejismo. Aun así, lo conmovió. Le recordó que incluso en los días más duros existe un brillo escondido, un susurro del destino que dice “aguanta un poco más”. Y al verlo, sintió una punzada en el pecho, como si su corazón, cansado pero terco, quisiera levantarse una vez más. Recordó entonces todas esas mañanas en las que se había obligado a ponerse en pie sin tener fuerzas, esos días en los que el dolor parecía más grande que él. Y sin embargo, allí estaba, avanzando, porque algo en su interior siempre se negaba a rendirse.

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