Cuarto creciente
Lo más bonito que puede decirse del amor es que sea libre, como dijo una vez una gran artista “no me des otra cosa que tu libertad. La libertad del que escoge dejar de ser uno”. Durante nuestra vida aprendemos a seguir caminos cada vez mejor marcados, sintiendo cierta desazón cuando las líneas se desdibujan o el viento ha movido ligeramente la orientación de un letrero. Como una veleta encima de una piedra de molino, la libertad es aquello que siente, no que obedece. El amor no es atarse de las muñecas simulando que el destino le uno a uno, en lugar de los miedos; más bien es haber tomado cientos de senderos, dormido bajo las estrellas y, justo cuando quieres sentarte a descansar, encuentras a la persona con las mismas botas gastadas, con una sed parecida. Tal y como escribió Pedro Salinas “la quiero para soltarla, solamente”. Del amor se puede vivir en tanto la vida lo esconde como un gran misterio. Quizá la forma más pura del amor es la que no necesita nombre; encontrarte pensando en lo que el otro necesita sabiéndote uno invencible. Sobre todo, el amor es recuerdo, el que aún no se ha vivido, es amar con lo que aún no se es.