Corazón de otoño

18 sep 2021 / 12:32 H.
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Los que abrazamos este paraíso interior lo hacemos no sólo por amor a nuestra tierra, sino como escudo de protección ante el temor de su desvanecimiento. Vivimos invierno y verano, azotados por escarchas y olas calor a la espera de las estaciones intermedias que son nuestras verdaderas temporadas altas. Se acerca el otoño y la infernal sequía deja paso a incipientes lluvias que alivian la sed de nuestro campo, los kilovatios de aire se abaratan y se encienden cálidas chimeneas de leña, los árboles de hoja caduca se envuelven de hermosos tonos naranjas, rojos, y amarillos, y el olivar revive para entregar al mundo su zumo de cosecha temprana, y a las familias música de monedas.

Los que abrazamos este paraíso interior lo hacemos con alivio al ver como el desafiante y, en ocasiones, intencionado fuego se aleja otro año más y nuestros bosques seguirán creando vida y fijando carbono, aún con el alma compungida al ver como hasta aquí llegan cenizas de Sierra Bermeja. El rey de nuestros bosques podrá iniciar su berrea para gusto de su especie, de respetuosos turistas, y de humildes hosteleros que se aferran a sus pueblos ofreciendo al visitante su mejor gastronomía y su servicial hospedaje. En otoño el duende del sur remonta el Guadalquivir dejando atrás arenales y espetos salados para enamorarse de los aromas a romero y pino, de los arcos de piedra, de baños árabes, teatros y musicales, ávido por pedalear por silenciosos caminos de lince, sintiendo que, no escuchando, peor para el sol. Hasta el renacimiento que tanta seña dejó en nuestra tierra, aquel periodo en la que se renovaron las ciencias naturales y humanas debió nacer y crecer en otoño, como reacción a la rígida mentalidad que imponían otras estaciones.

Los que abrazamos este paraíso interior, lo hacemos con fuerza, como con la que aprietan unos padres a sus hijos en el primer día de colegio. En otoño se inicia el curso escolar, las calles se llenan de carreras, mochilas y bolas de papel de aluminio. Son momentos de empezar de nuevo, de crecer en mente y talla, de apagar videoconsolas y jugar de verdad en el patio. Este inicio del curso escolar lo hacemos, en la provincia de Jaén, con 1.675 escolares menos en el ciclo de infantil y primaria, como muestra de que perdemos cero a tres el desafío demográfico.

Los que abrazamos este paraíso interior, lo hacemos con pasión, como lo hace el aficionado al escudo y a la historia de su equipo. Se inicia la temporada tras un verano lleno de indecisión e incertidumbre, de fichajes que van, de inversores que vienen, de ilusionantes proyectos deportivos, de sospechosos redentores, de aprovechados arrendadores y de acreedores insensibles que no dudan en cargarse un sentimiento a costa de eliminar una línea incómoda en lista de morosos. En este otoño no empezamos de cero, sino de menos tres puntos, menos tres mil socios, y menos tres millones.

Los que abrazamos este paraíso interior, lo hacemos con orgullo, dispuestos a seguir ganando batallas, a vencer los virus de ahora y los gérmenes de siempre, aquellos parásitos que se olvidan de regarnos en verano y sacarnos al sol en invierno, pero que cada año vienen a llevarse lo mejor de nosotros mismos que no es tanto el aceite virgen, como la confianza ciega.

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