Cava baja

    29 nov 2024 / 09:09 H.
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    La suegra sospechaba, intuía. La certeza se define por sí misma, y concluye ¡Ah! Pero hete aquí que la duda persiste ¡La duda es peor! La suegra guardaba clamorosos silencios, la mirada seca, firme, sostenida sin parpadeo. Si la nuera apuntaba un mal gesto, la suegra lo detenía de inmediato. Sacaba la estampa vieja, deslucida, de aquella santa de su especial devoción. Besaba la imagen y concluía la jaculatoria. Seguidamente la restituía al bolsillo de la saya negra, donde cohabitaba con el rosario y el devocionario. No consintió la nuera trato carnal con otro varón. Había otro, sí. Pero solo de pensamiento —¿Es pecado, padre? —Sí, hija, basta mirarlo con deseo. Aquella noche ocurrió. Ocurrió que, en el fragor del juego amoroso, el nombre del otro escapó de labios de la mujer. El diablo sugirió al marido que tomara el arma de fuego. Y él la tomó. Encañonó a su mujer, pero volvió el arma contra sí mismo y disparó. La suegra tardó un mes en acompañar al hijo. Libre de marido y suegra, la viuda trasladó a lo vivo aquellos dulces sueños que albergaba en su interior. Empezaron a verse discretamente en un hostal de la Cava Baja. Lo dejaron al mes. No. Aquello no era como habían imaginado.



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