Carcajearse como un loco

    30 may 2019 / 10:26 H.

    El enemigo ataca veladamente. Cuando ir a misa se hizo necesidad, infundió el Ángel maligno ardides en mi mente para extirpar aquella costumbre. Un día de precepto representó que los asistentes al oficio eran difuntos; y se volvían, con órbitas sin ojos y dientes sin labios, siendo la nariz dos huecos purulentos y oscuros. Fue que vino un sacerdote que no hacía la señal de la cruz, sino que rozaba la frente con el pulgar y eso era todo; y no se arrodillaba, bastándole con inclinar la cabeza cuando tocaba genuflexión completa; y no decía el “Pater Noster”, sino que apretaba las mandíbulas como si se le encajaran cuando pronunciábamos la oración que enseñó Cristo; y por tres ocasiones se saltara la lectura del evangelio, si no fuera porque la monja sochantre desde la clausura dijera: “Padre, toca el evangelio”. Otros días venía a comulgar con nosotros un hombre de edad mediana con cara y aspecto de bueno pero con sonrisa sospechosa de maldad; hasta que el último de los días me acechó a la salida y en la siguiente esquina, sin que nadie lo viera, sino Dios y yo, escupió y pisó con ira la sagrada hostia que acababa de recibir y desapareció por los tejados carcajeándose como loco.