Café con Dios

27 ene 2020 / 09:10 H.
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Hoy ha venido Dios, que no parece Dios, que solo parece uno más. Con barba, eso sí, y con la melena a la altura de los hombros, eso también; pero en vaqueros y camiseta, sin ninguna clase de sotana y sin levitar, con los pies en el suelo. Y ha dicho eso, que era Dios, así se ha presentado; tal vez para derruir desde el principio el equívoco al que puede conducirnos un tipo que es Dios y parece uno más, con sus vaqueros y su camiseta. No hemos hablado, no sería correcto resumir de ese modo nuestro encuentro. ¿Quién habla con Dios cuando te visita de improviso, cuando tú no esperas a nadie o, como mucho, al del gas o al de la fruta y en la puerta se te planta el Altísimo, aun de esa guisa? Le he ofrecido un café, hasta ahí mi intervención; y que se siente: “pero siéntese, Dios, por favor”, me he atrevido a pedirle. Y tras el café y el silencio que provoca el merecido reposo se ha marchado de la misma manera, con los pies en el suelo y acusada prisa, como todos en este estúpido mundo que estamos construyendo, agradecido —diría—, acaso con la pena de presumir que de ser otro, uno más, quizá no hubieran existido los ofrecimientos del café y la silla.



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