Bendita normalidad
No es normal, niña, la caló que ha hecho. No es normal. Que se haya plantado ya septiembre en los almendros mudos y el camino de los ríos se haya quedado sin granel, ni el brío de los amores rotos que buscan en las aguas la esmeralda huida de la condición humana. No es normal que volvamos tan pronto a abrir el maletín de las preguntas, cuando la tinta aún suspira en los papeles náufragos de abril, donde los niños se atrancaban con el nombre exacto de las moléculas que sostienen la existencia en sus viejos e inútiles dilemas, por no estar donde debimos. No es normal que no tengamos que habitar en lo que no se dice de todo lo que en la realidad han construido los artefactos de la mentira. No es normal que las palabras que levantaron las revoluciones y llenaron de roedores y lentejas podridas la antesala de los calabozos sean hoy patrimonio de los laboratorios de la cosmética. No es normal que haya que parar la Vuelta a España para que quienes se tienen que enterar se enteren de que lo que está ocurriendo en Gaza es uno de tantos genocidios que las sociedades modernas ignoraron, borrachas de vodka y aturdidas por el ángel siniestro de la dulce coca-cola.
No es normal que haya que volver a demostrar que la Tierra fue redonda en el tormento sigiloso que masculló Galilei en su martirio moral. No es normal que hablen de devolver a la patria su cristiandad perdida quienes llaman a hundir los barcos que surcan los mares rescatando a los seres humanos que se lanzan al zafiro de la muerte: carne mayor de la dignidad que aún pervive como esperanza contra esa misma muerte ejercida desde el terror y la miseria consentidas. No es normal que digan que lo antisistema ahora es el fascismo cuando el fascismo lleva legislando los tratados comerciales y la circulación de capitales desde lo de Auschwitz. Y lo de ese Franco que aún corean los ambiguos y los cobardes en la sala vip de los recintos nupciales y los cosos deportivos. Y lo de los estudiantes que lanzaban desde las avionetas con una piedra atada a los talones en las aguas profundas de la Chile del General Pinochet para que América Latina pagara en dólares. No es normal que Europa haya dejado de ser Europa ante las constantes humillaciones de la administración Trump. No es normal que aquel que se erige en el nuevo Nerón de la libertad saque a la Guardia Nacional a las calles para aplastar con la suela de sus botas la colilla a los mendigos del East River. No es normal tanto aplauso y tanto ejército y tanto misil y tanta sangre y tantos niños y tantos saludos que parecen lo que son y tanta estética y tantos desfiles y tanto idiota desnaturalizando la barbarie para que la bestia acuda otra vez a la miel de sus polos. No es normal que no seamos felices con tanto, que hayamos renunciado a leer cuando somos más libres que nunca para leerlo todo y que esos alumnos que cantan el caralsol cuando entran en clase se nieguen a vivir el paraíso del esfuerzo por estar donde pudieron, cuando todo les fue favorable incluso para entrar cantando con desinhibida libertad a una clase de química, sin que algún maestro de la anhelada España te soplara un patriótico guantazo por aquello de las formas.
No es normal que el diazepam y el fentanilo manchen el ala de las libélulas y nadie encienda el magnetófono de los augurios para decir “basta”. No es normal que los poetas estén tan aburridos y que la vuelta al cole tenga este curso tantos pupitres vacíos, tantas aulas sin norte y tanta estrella abandonada en los mapas del cielo a la espera de un solo caminante, de un solo sueño, de un solo corazón en que lo normal sea algún día lo que nadie transitó, lo que ninguno obedecimos y lo que nada se detuvo a pesar del ruido de la fiesta y ese olor a claudicación que tiene siempre septiembre al romper la hoja pirata de los almanaques.