Barcos en tierra
Mi primera luz viene de Fez, a partir de un lamparón calado, con pequeños cristales azules, rojos y verdes, cosido a una de las paredes de la salita, y que alumbra, principalmente, una hilera de barcos que miran hacia la calle. El pesquero me lo regaló hace unos años mi amigo Ramón Pérez Mora. Ramón es mucho de regalar barcos en el sentido más metafórico de la trama; porque un barco, para una persona de interior, que vive alejada del mar, tiende a erigirse en la representación de un deseo puro e inalcanzable. Antes, Ramón y yo solíamos beber a orillas del Madera un ron que él se traía de Costa Rica; y lo hacíamos ante la imagen de otro barco, de otro pesquero, que él había dejado encallar adrede en ese territorio, a cientos de kilómetros de su hábitat natural. Me recuerdo algunas de esas tardes, ya de vuelta a casa, madurando la posibilidad de enrolarme en un mercante, con la felicidad propia de alguien que emprende un proyecto puro e inalcanzable; y me recuerdo, sobre todo, a la mañana siguiente de aquellas tardes, bajo este lamparón, proveniente de Fez, pensando en la cantidad de tonterías que me provocaban los efluvios del alcohol. Escribe Javier Sánchez Menéndez en su libro Mundo intermedio que “la mayor manifestación de libertad es el descubrimiento”; y yo al fin sé que los barcos en tierra son solo porteadores de sueños rotos.