Bach y la
fiera asesina

    05 jun 2020 / 16:32 H.
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    Tengo una confesión: hace unos meses, estuve meditando. Me ponía un audio de esos que repiten “Ahora desplaza tu atención a la punta de los dedos” con música de piano de fondo. Y no lo hacía porque me sedujera la idea, sino por otra razón más pesada y oscura: había empezado a pensar que la vida era una hija de la gran puta. Cuando no sabes nada de ella, la ves como un tierno cachorro que menea la cola en cuanto te ve; quién se imagina que una criaturita como esa pueda transformarse en una fiera capaz de pegarte una dentellada y escupir una libra de tu propia carne al suelo. A lo que iba, que como he descubierto que lo que me atraía de la meditación era en realidad la hipnótica música —era una variación lentísima del Preludio en Do mayor de Bach, oído al parche—, fui a casa de mis padres y bajé al sótano, en busca de mi viejo teclado. Parece que hace 30 años aún no se intuía el concepto de obsolescencia programada y, para mi sorpresa, aún funcionaba. Así que me puse manos a la obra y, gracias a una intuición infantil, he descubierto que domar una melodía con la punta de los torpes dedos, repetir una simple cadencia y comprender su estructura ayuda a crear una especie de ritual que te aparta de ti mismo y amansa a la fiera asesina. Bendita música. Bendito Bach.

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