y Estalisnao

29 jul 2019 / 11:23 H.

Nos venden la prosperidad como si se tratara de una embarcación de recreo atracada en un pueblo con mar, y en la mayoría de los casos se acaba convirtiendo en una triste manta para paliar el frío. Si se partiera del mismo punto y todos los caminos contaran con idénticos repechos, todavía; pero qué va: el concepto de prosperidad es tan vago que acoge por igual el proyecto de un Lamborghini en dirección a Montecarlo, que el de una mula para arar.

A la prosperidad que prometía la posibilidad de un trabajo que facilitara la tarea de subsistir le debemos el vacío de muchas de nuestras aldeas y cortijadas. No sé si resulta muy descabellado asemejarlo a otras migraciones a las que asistimos en la actualidad como meros espectadores. El escenario es el siguiente: años cincuenta, de posguerra, en la sierra profunda, en Prado Espinosilla, Trinidad y Quintín traen al mundo a seis hijos, Lucía, la mayor, no tiene ocasión de acudir al colegio y pasa su infancia ocupándose de las labores de la casa y del cuidado de sus hermanos; a cuatro o cinco kilómetros de allí, en “el Reservado”, el primer cortijo a mano izquierda de los seis que conformaban Las Tres Aguas, José y Leona tienen cuatro vástagos, Estanislao, el segundo, a los doce años ya trabaja en el campo y con el ganado. Visto así, ya no parece demasiado insensato hallar bastantes similitudes.

Treinta personas convivían solo en Las Tres Aguas en aquellos años, repartidas en sus seis cortijos. Ahora, si un lunes cualquiera de invierno cogemos un coche en Segura de la Sierra y nos dirigimos con él a La Toba nos va a costar alcanzar esa cifra de habitantes en los treinta y cinco o cuarenta kilómetros que recorreremos, a pesar de la decena de aldeas y cortijadas que vamos a atravesar. Nadie duerme en Los Royos, ni en Los Prados de la Mesta, ni en Arroyo Canales, ni en Arroyo Maguillo, ni en Arroyo Blanquillo, ni en los Cortijillos de Arroyo Blanquillo, ni en La Venta de Benito, ni en la Huerga Utrera... Nadie. La prosperidad, esa cosa tan vaga que admite por igual al lamborghini camino de Montecarlo que a la bestia para trabajar la tierra, se llevó todos esos sueños.

Estanislao y Lucía se enamoraron en El Ojuelo, durante una campaña de aceituna, y, aunque emigraron pronto a Castellón, nunca dejaron de volver a la sierra. Disponían de la casa grande de Prado Espinosilla, que Lucía, junto a sus hermanos, había logrado rehabilitar. ¿Qué más daba que “El reservado” y el resto de viviendas de Las Tres Aguas se hubieran venido abajo? Total, se trataba de tener un lecho para las semanas de vacaciones, y Estanislao, además, contaba con parte de La Tobilla, el cortijo al que se mudaron sus padres, antes de partir hacia Puente Génave.

La Nochebuena de 2007 un amigo invisible le regaló a Estanislao una serie de azulejos que, en su debido orden, componían “Las Tres Aguas: casa Estanislao”; eso y un buen puñado de futuros litigios contra las distintas administraciones, que ya sabemos cómo se las han ido gastando por estos territorios: cada permiso y cada proyecto requerían dinero, tiempo, varios viajes; a cada victoria la sucedía un nuevo contrincante. Hoy, esa pareja de “serranillos” que se enamoró vareando olivares, a las faldas del Yelmo, son padres de dos chicas y un chico que han acudido al colegio, al instituto y a la universidad, y propietarios de la primera casona que te encuentras a mano izquierda al llegar a Las Tres Aguas. Un ejemplo.