Arden las pérdidas

22 ago 2025 / 09:00 H.
Ver comentarios

Cierro los ojos / y arden los límites”. Lo escribía el autor leonés Antonio Gamoneda en el poemario cuyo título he tomado prestado para este artículo, allá por el año 2003. La mañana de este lunes, amanecimos con un fuerte olor a quemado por toda la casa. Alertado pegué un brinco, todavía desde la latitud de algún dulce sueño, para rebuscar y comprobar que no había ningún elemento que hubiera perturbado la tranquilidad eléctrica de los circuitos domésticos. Más tarde comprobamos que sobre toda la localidad pesaba un denso humo, arrastrado por las corrientes de aire hacia el sur desde los focos aún activos del fuego que devasta los montes del noroeste peninsular. Fue ya en la tarde cuando la luz recobró sus estribos y poco a poco la vida difuminó ese inédito estertor del viento.

Otra vez volvemos los ojos a las administraciones políticas, que han vuelto a exhibir su inoperancia ante una nueva crisis natural con gravísimas consecuencias medioambientales y humanas. Arde el crédito de quienes, amparados en el negacionismo del cambio climático, siguen recortando medios y recursos para hacer frente a las extremas adversidades que avalan los estudios científicos sobre el calentamiento global. Lo vimos en el caos organizativo que sucedió a la dana del pasado mes de octubre en Valencia, con una administración que se jactaba de haber fulminado el servicio de emergencias como si se tratase de un “chiringuito” ideológico. Vimos que la Consejera del ramo, Salomé Pradas, se vio desbordada por su falta de experiencia en los momentos más decisivos de la tragedia y que ese mismo día, poco antes de su funesta desconexión lúdica en El Ventorro, Mazón había nombrado a un experto en festejos taurinos como Director General de Seguridad e Interior de la Comunidad Valenciana. En Castilla y León, también gobernada por un pacto entre PP y Vox, asistimos al cinismo escénico inicial de sus representantes mientras era arrasado por las llamas el paraje de Las Médulas, joya catalogada en 1997 como Patrimonio de la Humanidad y sobre el que la Unesco preguntó en 2022 a la administración autonómica si existía alguna amenaza climática para evaluar posibles actuaciones preventivas. La respuesta fue que para nada. Que aquí no hay cambio climático que valga. Del otro lado, la cosmética política del compungido Sánchez, al acecho del desgaste rival, desprovisto de iniciativa en su obsesión electoralista desde que pillaron a su tropa del Peugeot con las manos en la masa, evidencia también que hay poco que hacer con esta catástrofe: solo esperar a un descenso térmico, mientras brigadistas, bomberos y vecinos se desloman palmo a palmo contra las llamas y la pérdida.

Y así todo, en un mes de agosto infumable de canícula, donde somos a la vez incendiados por el oportunismo de la extrema derecha y los lobbies del sanchismo, que curiosamente achacan a comportamientos ultras las llamadas a la organización civil de las clases populares, no para usurpar los sistemas del Estado democrático, sino precisamente para vigilar y hacerse presencia activa de la revolución humanitaria que “ha de llover” —vuelvo al poeta leonés— para que los poderes acometan el mandato de la ciudadanía: administrar los Servicios Públicos con la valentía y el rigor que desmientan los bulos del odio. En tiempos de Trump, va a hacer falta un proyecto social mucho más ambicioso que el de agitar el miedo a la ultraderecha para que no seamos pasto de un fuego que ya ha alcanzado demasiadas instituciones. Y toca apagarlo en cada clase, en cada barrio, en cada colectivo, en cada andamio, en cada pueblo, con el único reactivo civil que nos queda y que siempre ha perdurado a pesar del intento de todos los sátrapas de la Historia por dejarlo sin sus salvíficas mangueras de la felicidad y la vida: el de la conciencia humana.

Articulistas