Apocalipsis: sumisión

    04 jun 2021 / 10:02 H.
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    En la tradición cristiana se ha vendido el Apocalipsis como un día de furia, un momento febril y estrepitoso en que el mundo se acaba de repente. Alarmados, nos asomaremos a la ventana y veremos que el cielo se habrá teñido de un color inusual. Y nos frotaremos los ojos porque no seremos capaces de aceptar que ha llegado el final. Que hemos sido malos, muy, pero que muy malos y es hora de pagar. Mira, por allá asoman los Cuatro Jinetes, las siete trompetas resuenan, el suelo se parte en dos y la Bestia surge del mar y ruge y llueven bolas de fuego y ruido, más ruido. Se abre el séptimo sello y el mundo al carajo. Game over. Pero... ¿y si la cosa fuera un poco más sutil? ¿Y si todo sucediera en silencio? Quiero decir, que imaginen que eso del Apocalipsis tuviera una interpretación simbólica y sucediera sin banda sonora de película catastrófica: que no hay Bestia ni terremotos, que el sello nos lo han metido doblado con las mascarillas, esos burdos bozales, para mantenernos en silencio. Que todo esto no está siendo más que un ensayo general camino a la extinción. Igual alguien allí arriba está comprobando hasta cuándo seguiremos calladitos y sumisos. ¿Por qué da la sensación de que cada vez son las cosas un poco más difíciles y que cada silencio nos acerca un poco más al Apocalipsis?

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