Apátrida

    07 jun 2021 / 11:50 H.
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    Antes me sabía las capitales de todos los países. Y situarlos en un mapa y cuáles eran sus banderas, sus regímenes políticos y un poco de su pasado. Dividir, multiplicar... Todo eso. Sabía, también, a qué hora tenía que regresar a casa y que debía hacer los deberes, lavarme las manos, comportarme bien o, al menos, no molestar. Había un futuro en aquella casa. Y mucha prisa por cogerlo. Siempre hay un futuro así orbitando sobre nuestras cabezas. Siempre, no falla. Aquel, no obstante, se me antojó más apremiante y me preparé para ir a por él lo mismo que un atleta para unas olimpiadas. Lo atrapé: todos, salvo uno, acaban cayendo. Y, pronto, la profunda decepción que me provocó me indujo a desear volver atrás. Imposible: la casa seguía en pie, pero el tamaño de mi cuerpo me impedía atravesar su puerta. Entonces decidí construir otra, pensando que consistía en sumar cemento y ladrillo y colocar enchufes y tuberías. Craso error: no se desmoronó, a simple vista parece eso, una casa. Dentro, sin embargo, faltan los mapas en los que situar los países con sus capitales, y las personas que te advierten a qué hora has de regresar y que has de lavarte las manos, hacer los deberes y comportarte bien o, al menos, no molestar. Y ese par de estúpidas ausencias te dejan a la intemperie, tiritando, sin patria.

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