A tumba abierta

    16 sep 2022 / 16:59 H.
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    A Javier Marías le perdí la fe hace muchos años y después de haberlo leído a tumba abierta. Desde “Todas las almas” hasta “Tu rostro mañana”, me mantuvo años navegando en sus novelas y artículos con la sensación de estar expuesto a los rigores de un océano enfurecido. Estaba atento no tanto a lo que me decía, sino a cómo me lo decía; en ese sentido, su muerte ha sido como la de un padre, a la altura de esas pérdidas irreparables —Benedetti, Gabo, Bowie, Roth o Battiato— que están sucediéndose en los últimos tiempos y que me hablan del ocaso del mundo en que habito. Como digo, después de la trilogía de “Tu rostro mañana” —creí que se cerraba una espiral sin salida, mea culpa—, me dejé seducir por los cantos de sirena de otros autores. En los últimos tiempos, quién sabe por qué, me descubrí vadeando de nuevo las aguas de Javier Marías, dejándome arrastrar por las corrientes magmáticas e infinitas de su prosa, que paradójicamente siempre se las arregla para devolverte a la orilla no solo sano y salvo, sino más sabio y más paciente aún. “Berta Isla” y “Tomás Nevison” son una dupla imbatible que obra el milagro: que la memoria consiga trascender a la muerte a través de la escritura. Por mi parte, me siento feliz por mis dudas de fe: significa eso que me quedan unas cuantas novelas por leer y que Marías sigue dándole a la tecla para mí, esté donde esté.

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