Unos atípicos Reyes Magos despiertan a los pequeños
Directamente de Oriente y acompañados por pajes de entre 15 y 25 años reparten presentes a los más menores del municipio con los que se citan en sus propios hogares donde la ilusión se transforma en sonrisas






Una tradición sagrada. La mañana del 6 de enero es la única del año en la que no es necesario el despertador y en la que los más pequeños de cada casa saltan de la cama para despertar a los mayores, y más en Chilluévar, donde en lugar del día 5, desfilan el mismo 6. Por muy tópico que suene, el día de Reyes está marcado por la ilusión y solo hay que ver los rostros de los niños para comprobarlo. En el resto de la provincia, la tarde de antes las calles de los pueblos se convierten en auténticos hervideros de vecinos que esperan ver a sus Majestades de Oriente, encargados de repartir los ansiados regalos que previamente se han plasmado en una carta que bien puede ser de papel o que se hayan comunicado a algunos de los ayudantes que tienen repartidos en cada hogar. Sin embargo, existe un municipio en el Santo Reino en el que los Reyes Magos se viven de forma más que singular. En Chilluévar no son necesarias las carrozas, y Sus Majestades, los de verdad, tienen que hacer malabares para no ser descubiertos por los avispados pequeños y, además, la leche y las galletas se las toman en directo.
La tradición es muy clara, Sus Majestades comienzan la “peoná” a eso de las seis de la mañana o incluso antes. Con la furgoneta cargada y los altavoces listos para pregonar nombres y villancicos, Melchor, Gaspar y Baltasar recorren cada una de las calles de Chilluévar en busca de sus destinatarios para llevarles los regalos en persona. Se trata de una práctica que ni los más mayores saben cuándo comenzó a desarrollarse, pues los primeros Reyes iban en burra de casa en casa. Aunque más modernizados con el paso del tiempo, el objetivo se mantiene, regalar deseados presentes a los menores y la satisfacción de ver sus caras de ilusión y nervios a los progenitores. Los encargados de organizar tan original actividad son los vecinos de entre 15 y 25 o 26 años, que un día de antes acumulan los regalos de todos los vecinos en una especie de nave. Cada familiar acude con los suyos y especifica el nombre y la dirección del destinatario. Son ellos, el futuro y el presente del territorio, su cantera, quien año tras año, y desde tiempo inmemorial, se encargan de que la tradición perdure y de que el último día de las fiestas navideñas sea más especial que en ninguna otra zona. Es por ello también que cada año se “estrenan” unos cuantos en esto de hacer magia y cuya labora realizan con la mayor de las ganas hasta que dan el relevo a otros jóvenes antes de pasar a ser ellos los que esperen con sus hijos la visita de Oriente.
Una vez que todo está preparado, tanto los Reyes como los pajes se engalanan con sus elegantes trajes y comienzan el desfile. Una de las primeras paradas es en casa de Valentín Martínez, quien fuera concejal durante doce años y que desde hace más de treinta prepara el desayuno a los monarcas para que tomen fuerzas antes de las largas horas de trabajo que les espera por delante y que muchas veces sobrepasan el mediodía. No es único lugar, pues en muchos hogares se les prepara un aperitivo que incluye desde el clásico roscón hasta refrescos y, por qué no decirlo, algún que otro tiento al tradicional anís, que los Magos de Oriente también tienen derecho a disfrutar de las últimas horas de la Navidad.
Sin embargo, lo que hace a Chilluévar único es que comparten lo más importante de este día, que aquellos que aún guardan la inocencia en su interior crean que los Reyes han evaluado su comportamiento y han considerado que merecían lo que pidió. Algunos terminan derramando alguna lágrima, otros abrazados a sus padres y absolutamente todos con la mayor de las sonrisas. Es el caso de la joven Blanca que había perdido la esperanza de recibir un ordenador y que cuando Baltasar se lo entregó casi no podía creerlo; tanto que, entre saltos de alegría, terminó por asegurar que tenía el cuerpo helado de la sorpresa. También es cierto que algunos de los más pequeños terminaron impresionados por los característicos ropajes de Sus Majestades y les costó un poco aceptar que de verdad eran ellos, pero el trato y el cariño que repartieron rápidamente transmitía confianza.
Con todos contentos termina la mañana en Chilluévar, así como con niños correteando con sus bicicletas o patinetes nuevos, en casa de los abuelos para enseñarles los regalos y con un municipio al completo feliz de mantener un año más unas tradiciones que son un verdadero tesoro.