Y, ¿cómo pagamos esto?

30 may 2020 / 11:04 H.
Ver comentarios

Vaya por delante que todos los esfuerzos se han de concentrar en superar la crisis sanitaria y que no hay mayor pérdida que la muerte, porque, aunque resulte obvio, ninguna política de estímulo conseguirá devolver la vida. El panorama humeante que queda tras la batalla exige una importante reestructuración. El Fondo Monetario Internacional prevé una caída del PIB para nuestro país del 8% este año, un desplome similar sufrirán los países de nuestro entorno, Italia (-9,1%), Francia (-7,2), Alemania (-7) o Grecia (-10). Y todo ello dependiendo de la evolución de la pandemia con escenarios incluso más negativos en caso de rebrote. La recuperación será más lenta de lo deseado, y el dibujo será más similar al logo de “Nike” que a una V. No hay discusión, ni si quiera por parte de los economistas más ultraliberales, que en esta crisis no sirven las recetas de la “mano invisible”, es decir, dejar al mercado el que dé solución a los problemas. Siendo así, nos toca aplicar la medicina de la política económica, con sus dos recetas convencionales, la política monetaria y la política fiscal. Al igual que cuando abusamos de un medicamento este pierde sus efectos, con la política monetaria nos pasa algo parecido. Desde 2008, por la anterior crisis —demasiado reciente— los bancos centrales han incrementado la liquidez hasta cifras colosales. Esta política expansiva genera un descenso de los tipos de interés, lo que favorece la inversión, el PIB y por tanto el empleo. Pero esta barra libre no genera expectativas de cambio de tendencia, y los tipos ya no pueden bajar más, de hecho, son negativos, y por mucho dinero que se meta no se incrementa la inversión, ni el PIB, ni el empleo. Digamos que la política monetaria se queda sin munición y deja de ser eficaz. Analicemos la otra receta, la política fiscal, que es la que tiene que ver con los impuestos y el gasto público. Si queremos que haya dinero en la economía hay que bajar impuestos y aumentar el gasto público, pero esto provoca déficit público y deuda, y estarán de acuerdo conmigo, que aquí queda menos munición aún. Una bajada de impuestos es impensable salvo para reflotar economía sumergida o atraer inversiones. El aumento del gasto público es inevitable y exponencial. No podemos dejar a nadie atrás y todos los sectores económicos necesitan apoyo público. Ahora, cuando las cosas van mal, todos miran al Estado y les sale esa vena intervencionista que, en la medida en que se recuperan, se apaga impulsada por la vena liberal. El problema se agrava cuando la deuda pública es muy alta, entonces, no hay mucho margen pues más gasto público incrementaría la prima de riesgo y a su vez más endeudamiento. Será clave que el gasto público sea productivo, es decir, que genere consumo y empleo, así como el respiro que nos dé el plan de reestructuración de la Unión Europea que, en todo caso, habrá que pagar. El agujero de las cuentas públicas será histórico, por un lado, por el descenso brutal de la recaudación y por otro, por el incremento de los gastos, sanitarios, de prestaciones por paro y por los ERTE. Se dice que habrá nuevos impuestos, como la tasa Google, el tributo a transacciones financieras o la reforma fiscal ecológica, pero no será suficiente para paliar el enorme déficit. Mucho me temo que nos hemos quedado con la miel en los labios en lo que a inversiones que corrigieran los desequilibrios territoriales. Con lo bien que pintaba el eslogan “Jaén Existe”.

Articulistas