Trato con el diablo
En la ventana puso enrejado de hierro, celosía de madera y gruesa cortina de tela. Es miedo. En lo más oscuro de la noche, almas en pena rascan con las uñas los gruesos muros del edificio. Luego aparece a pie de cama un bulto deforme levitando. Una noche habló. Ofreció al hombre fama, dinero y poder. “¡Eres tan pobre! ¿Qué podrías darme pago, si no es tu alma?”. Todavía era pobre cuando se enamoraron. “No puedo darte mi amor, porque vendí mi alma —se excusó él—, pero hablaré con el diablo y anularé el trato”. “¡No! ¡Es mentiroso y embaucador! ¡Lo haré yo —exclamó ella— que soy mujer!”. En la entrevista adujo ilicitud del objeto, vicio en el consentimiento, disparidad de las partes y falta de cumplimiento. El diablo se mostró receptivo. “Es verdad”, dijo. “No eres tan cruel e intransigente como se dice de ti”, replicó ella. “No, no lo soy. ¡Te propongo un trato! Ponte en su lugar y lo liberaré”. Aceptó la mujer. Murió él y el diablo no acudió a reclamar la paga. Murió la viuda. El maligno reclamó el botín. Lloraba y clamaba ella amargamente. Entonces, una voz tronó desde el cielo: “Empleaste malicia con él, pero con ella la hubo por partida doble. Mantente mil años en lo más hondo del Averno”.