Smith & Wesson
El portugués le advirtió que era mercancía de saldo. Pero él la compró. Salió a probarlo. Volvió a casa. Arrojó el revólver al ropero. “No sirve”, dijo a la mujer. Él salía temprano y regresaba entrada la noche. Hablaban sin entenderse hasta que interrumpía el teléfono “Es mi socio, ha surgido un problema en el trabajo; si quieres no voy”. Iba siempre. Mil veces intentó preguntarle por qué se había casado con ella. No habría respuesta, lo sabía. El nuevo peón de reparto llegó a media tarde. Hay miradas que estallan en silencio y descubren la pasión que arde dentro. “A las nueve acabo el reparto, espérame enfrente”. Fueron días de una locura febril. El olor a aquel hombre la acompañaba siempre, adonde quiera que fuera. Maquilló las mordidas, tapó los cardenales. Los estertores la sorprendían inoportunamente. Incapaz de disimularlos, se echaba a llorar. Hay que acabarlo, se dijo. Tomó el pequeño Smith and Wesson del ropero y salió al parque. No funcionará. Envuelto en el pañuelo, lo llevó lentamente a la boca. Olió a pólvora y a sangre. Luego silencio. Luego la nada. Había estallado el cerebro. Los padres vinieron, ordenaron los funerales, cerraron la casa y se marcharon. Él no apareció.