Roselly

13 abr 2020 / 16:29 H.
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No queda un solo cine de verano sin la misión de rescatar del olvido a los cines de verano. Una vez descubrimos algo que nos gustaba y nos hacía sentir y, en lugar de continuar escarbando y disfrutando de aquello, pensamos que más allá habría más, sin saber ni preguntarnos qué, solo más: más como sinónimo de cantidad y cantidad como equivalente a mejor. Entonces, al pronto y casi al unísono, todos decidimos dejar sin terminar de ver aquellas películas y avanzar a por más. Pero más, esa maldita entelequia, en contra de lo esperado, no trajo abundancia alguna ni mejoría. No trajo nada. Y desde esa nada, que siempre es menos que los cines de verano, nos empecinamos en regresar a ellos y recordar lo que una vez nos gustó y nos hizo sentir. Ya sé: en tal caso se antoja más lógico desandar el camino de una manera más definitiva, sin titubeos, porque el ejercicio de explorar, si pretende sobrevivir, ha de componer siempre una suerte de incógnitas abiertas al fracaso y, por tanto, volver para quedarse, mientras una nueva y necesaria incursión no demuestre lo contrario, se erige en la opción. Pero somos demasiado orgullosos para asimilar el error. Demasiado. Entiéndase aquí orgullo como sinónimo de estupidez y error como equivalente a derrota.

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