Resistiré para vivir

04 abr 2020 / 15:45 H.
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Son las ocho menos diez y la melodía empieza a sonar en nuestra, hoy, silenciosa avenida. La música procede del piso más alto del edificio de enfrente e inunda la calle como caída del cielo. La lista de reproducción, celestial, empieza su rutina con la marcha del Cristo del Amor, cuyo solo de corneta pone la piel de gallina. El vecindario se pone en marcha aparcando la ocupación doméstica del día, citándose en el acontecimiento social que cada vez parece llegar antes. Niños, mayores y ancianos salen a balcones y alféizar de ventanas dispuestos a aplaudir a sanitarios, policías, tenderos y a ellos mismos. En ese momento, suenan los primeros acordes del que se ha erigido himno contra el coronavirus. El Resistiré del dúo Dinámico nos da un chute de energía y de autoestima y aplaudimos a rabiar al oír “cuando sienta miedo del silencio”. Algo más de cuatro minutos interrumpidos por el paso de una ambulancia con las sirenas encendidas. El catálogo termina con la hermosa partitura de Nuestro Padre Jesús de Emilio Cebrián. La marcha del compositor jiennense nubla el ambiente dibujando un halo de tristeza y de meditación entre los asistentes. Nadie se mueve. Algunos se persignan. Aún con la madrugada estrellada, este año el Abuelo no saldrá de su camarín. La triste melodía obliga a reflexionar sobre lo vulnerables que somos y cómo cambia el rumbo de la vida en tan sólo un instante. A la espera de que la ciencia descubra la vacuna, la fragilidad humana se encomienda a lo más divino y pedimos por los nuestros. Los rayos de sol y las cuatro gotas de lluvia han trazado un arcoíris que arropa la ciudad, como si el cielo nos hiciera un guiño de esperanza. Convencidos de que saldremos de esta más fortalecidos nos emplazamos para el día siguiente y nos refugiamos de nuevo en casa, temerosos de que el aire pueda contaminar nuestra endeble salud.

El himno de los balcones adolece del espíritu de colectividad que realmente nos hace invencibles. Se debería llamar, resistiremos. Pocos logros conseguiremos por nosotros mismos. Todos formamos un equipo. Familias, comunidades de vecinos, empresas, y la propia sociedad organizada en sus diferentes estamentos. Cada uno de nosotros, en el puesto que ocupamos en estos equipos sabemos cómo cumplir nuestra misión. Cuidando de mayores y pequeños, rindiendo con profesionalidad en nuestros puestos de trabajo y contribuyendo con nuestra obligación como parte del Estado que somos. Solidaridad y responsabilidad. Esta crisis no será perpetua y toca guarecerse hasta que pase el temporal. La economía se paraliza, pero volverá a fluir como lo venía haciendo. Para ello es fundamental que se mantengan vivos los elementos que forman el sector productivo. Y estos elementos, tan fuertes en espíritu como débiles en finanzas son, en su mayoría, pequeñas y medianas empresas. Esta batalla la venceremos con un coste inasumible de vidas, que nos obligará a reflexionar sobre las políticas de salud pública y la inversión en investigación científica. Pero, además, el Estado debe proporcionar lo que sea necesario para que se mantengan los medios de vida. El efecto sería mucho más pernicioso si cuando acabe el confinamiento tuviéramos que volvernos a casa por no tener un trabajo donde emplearnos. Nos volveremos de hierro para endurecer la piel, pero solo si mantenemos la capacidad de emplear, resistiremos para seguir viviendo.

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