Parábola de la bengala

    03 jul 2020 / 17:10 H.
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    Cada vez que palpo la cubierta de un libro se me viene al corazón un cosquilleo y a la cabeza que estoy ante una especie de monumento. Ambos —libro y monumento—, se crearon como soportes imperecederos de la memoria. Libros son, también, la piedra Rossetta o la estela del código de Hammurabi, que portan sus mensajes desde hace milenios. Hoy en día, en este mundo galvanizado, los libros tienen una vida mucho más efímera. Son ahora más bien algo así como el rastro de una bengala lanzada al cielo nocturno. Es precioso contemplar la parábola incandescente que parte en dos la oscuridad, pero el efecto no tarda en desvanecerse. En condiciones normales y sin ayuda del músculo de alguna de las editoriales todopoderosas, no es fácil que un proyecto literario tenga visibilidad. Hay tantas posibilidades de que tu bengala sea avistada como las tiene un náufrago de ser encontrado en un atolón minúsculo en medio de la inmensidad del Pacífico. Así que imaginen lo que pasa con un libro que se publica en esta extraña realidad postconfinamiento, en la que no se pueden hacer presentaciones ni reunir a la gente para que sepa que has provocado un modesto incendio en el cielo de los libros. Eso sí, para quien lo escribe, es un bloque pétreo grabado a cincel en la memoria.

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