Marcial

    01 oct 2020 / 16:32 H.
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    Yo no tengo reparo a la noche. Pero a las de tormenta seca y viento, a esas sí les temo. Los diablos andan sueltos, el viento aúlla y sacude las ramas con fuerza. Habían estado tomando finos en la feria. De vuelta al cortijo encontraron el colchón en el patio. Les estremeció un nauseabundo olor a sangre fresca. La luna juguetona aparecía y desaparecía entre las nubes. Sombras furtivas ¡almas en pena! corrían a esconderse entre los árboles. ¿Por qué no ladra el perro, Rafael?, preguntó ella. Rafael llamó al mastín. Contestó un débil lamento junto a las alpacas de la cuadra. Le quedaba un hilo de vida. Las tripas hechas un ovillo estaban por tierra, la respiración del perro muy fatigosa y los ojos encendidos por la fiebre. La jaca colina, que Rafael había mandado preparar para que ella la montara en el Paseo de Caballos, se había echado al suelo. La sangre salía a borbotones por el cuello del animal. ¡Maldito! ¿Quién habrá sido? ¡Pero es reciente! ¡Todavía está aquí! gritó Rafael y corrió al dormitorio en busca del rifle. Demudada y vacilante, ella se apoyó en un apero, y, cuidando que el marido no lo oyera, susurró muy despacio: ¡Por Dios, Marcial! ¡Esto no! ¡Esto no! ¡Esto no!

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