Los tics caciquiles

04 jun 2016 / 11:45 H.

Lejos de su significado originario en América para designar al jefe o líder de una comunidad indígena la palabra cacique ha decaído peyorativamente en su uso, especialmente en España a partir de la Restauración borbónica, en la que se consideraba al caciquismo como entramado de las relaciones sociales que definían la vida política y, también, a los políticos que se aprovechaban para llegar al poder y controlar ciertas instituciones; a nivel de vulgo se utilizaba y utiliza para designar a determinados individuos que aprovechando su influencia, poder o riqueza tratan de imponer sus ideas o decisiones especialmente con las personas más vulnerables o más necesitadas.

Durante fines del siglo XIX y principios del XX el caciquismo no era mal visto socialmente como lo prueba la literatura de este tiempo con ejemplos tan paradigmáticos en autores como, el de Gabriel y Galán en su poética, que pone de manifiesto una de las mejoras estrofas de la lengua castellana, muy conocida, aún cuyo título es “Mi Vaquerillo” cuyos versos iniciales dicen “He dormido esta noche en el monte/ con el niño que cuida mis vacas./ En el valle tendió para ambos,/ el rapaz su raquítica manta/ ¡ y se quiso quitar —¡ pobrecito!—/ su blusilla y hacerme almohada/ ...

Este tipo de cacique, explotador del trabajo infantil, en un moralizante acto de “buenismo” pretendía con la subida del salario y la dispensa del trabajo nocturno conmover a tirios y troyanos. Hay que precisar que, recitada en escenarios por actores, lograba efectos lacrimógenos en casi todos los oyentes desde los niños, pasando por los adultos, y conmoviendo a los más viejos.

Sin embargo, otro tipo de caciques muy abundantes en nuestros pueblos y ciudades, se ocupaban en lograr que humildes jornaleros y asalariados, fuesen proclives a sus intereses, imponiendo su voluntad con la concesión de trabajos y salarios aleatoriamente a los más dóciles. Era muy común, en la plaza del pueblo, asistir a espectáculos de selección de trabajadores por el cacique de modo caprichoso a cambio de su intención de voto en las elecciones o de su comportamiento. Rostros surcados por arrugas prematuras, quemados por el calor y el frío, envejecidos por penosas y cansadas faenas se tenían que someter al “capricho” del señor si querían que sus familias comieran o sobrevivieran en una sociedad injusta, carente de remedios que alejaran el hambre o las enfermedades a los más vulnerables mientras, en cambio, las bien surtidas mesas de caciques y caciquillos disponían de las más variadas y ricas viandas.

No piense el lector que estoy hablando de tiempos lejanos. Así les voy a contar cómo hace algún tiempo fui invitado, junto a mi familia, por uno de los “aspirantes” a caciques a una cena en una finca próxima a la capital. Estábamos disfrutando de ricos y variados platos bien regados con deliciosos vinos, cuando la hija (pizpireta y simpática ella de unos doce años de edad) que se había marchado de la mesa para ir a jugar con otros niños, invitados junto a sus padres, regresó corriendo, muy agitada, se acercó a nuestro anfitrión y le sopló en voz no lo suficientemente baja para que pudiésemos oírla: “¡Papá, Papá, el casero y su familia están comiendo carne!”.