Jaén, Aurrerá

03 mar 2018 / 11:14 H.

Los nostálgicos recordaremos, con tristeza y por mucho tiempo, aquella tarde de junio en la que el glorioso Real Jaén se jugaba la permanencia en la segunda división con el Deportivo Alavés en la temporada 2013-14. Agónico final en La Victoria, en el que los vascos remontaron en el minuto 94, se salvaron y nos mandaron al pozo de la segunda B, que hoy casi damos por perdida. Al inicio del encuentro, y en una gran pancarta extendida en el fondo sur se podía leer “vendetta”, en referencia a la enemistad surgida en duelos anteriores con el equipo de Vitoria. Ese orgullo local al que nos aferramos para defender lo nuestro y no darnos por vencidos. Dos años después de aquella tarde, el Jaén descendía a tercera, mientras que el Alavés subía a primera, y jugaría la final de la Copa del Rey con el FC Barcelona. Pero descuiden, queridos lectores, que este artículo no va de fútbol. Las diferencias entre la provincia de Álava y nuestro querido Paraíso Interior van más allá de una clasificación de logros y desdichas de sus diferentes clubes deportivos. En euskera “Araba” es una provincia con la mitad de los habitantes que la de Jaén, pero la nuestra tiene tres veces más paro. Allá donde se crían los cotizados vinos de la Rioja alavesa se emplean 3.691 personas en el campo, mientras que donde se extrae el mejor aceite de oliva, son 54.300 las personas empleadas en la agricultura. En esta provincia norteña, donde se ubica la fábrica de automóviles Mercedes Benz, la renta per cápita ronda los 36.000 euros, mientras que en la provincia que vio cerrar la última fábrica de automóviles del sur de Europa, este indicador no llega a los 16.000 euros. Pues bien, allí, donde el saldo migratorio es diez veces superior al de nuestra provincia, es donde se destinan todos los cuidados y mimos del apoyo público presupuestario mientras que aquí, en Jaén, donde el riesgo de pobreza es cinco veces mayor que en la provincia vasca, las dotaciones presupuestarias llegan con cuenta gotas. Es misión de nuestros gobernantes contribuir al crecimiento económico del país, pero es una obligación moral y ética de todos ellos el tratar de corregir los desequilibrios territoriales. Los acuerdos del gobierno central con el País Vasco han dado lugar a importantes diferencias en los ingresos per cápita de los fondos del Estado por regiones. Al sistema de tributación foral por el que las provincias vascas gestionan y recaudan el 100% de los impuestos, se le añade la exoneración del pago del cupo por las competencias no transferidas. Muchos cientos de millones de euros que no contribuyen precisamente a la solidaridad e igualdad entre territorios. Y todo ello debido a la presión que ejercen determinadas regiones sobre las decisiones del país, como consecuencia de una legislación electoral que paradójicamente busca una justa representación de los territorios. Siguiendo con la odiosa comparación, Álava cuenta con cuatro escaños en el Congreso de los Diputados mientras que Jaén, con el doble de población, sólo uno más. Precisamente aquellos trocitos de país con más riqueza hacen valer los escaños a su favor, importándoles bien poco la solidaridad y la igualdad del resto de España. El resultado es un sistema que se desangra por evitar la fractura. Más que el orgullo local, será la necesidad de tapar la cara de tontos que se nos queda, bajo la pancarta de Vendetta, pero no por aquel penalti no pitado, o aquel gol anulado, sino por no ser capaces de defender lo nuestro donde realmente corresponde. Así, mientras que unos nos aferramos en sobrevivir en un paraíso interior, a otros se lo ponemos fácil, en tierras prósperas y en un paraíso fiscal.