El viajero y el tiempo
Podía ser un monje, o no serlo. No llevaba hábito. Pero sí la palidez, la modestia y los buenos modales del claustro. Saludó y se sentó. El tren acababa de salir. El viajero tomó la palabra: “Cuando no haya tiempo (el tiempo se consume, es esencialmente volátil y su naturaleza pasar) nada podrá ser de otra forma, sino precisamente tal y como haya sido. Y lo será para siempre, hasta el final último, definitivo, cuando acabe todo. Acabará incluso la memoria. La propia y la colectiva. Y, con ello, la consciencia de haber sido. No habría tiempo donde ubicarla. El tiempo (interregno para la prueba, travesía del desierto) será un sueño oscuro, vago, entre brumas. Y luego, ya no será. La extraordinaria luminosidad de la tierra prometida no consiente sombra. Ignoramos el cuándo (velad...) y qué cosa nos estará reservada (ni ojo vio ...) Nos ha sido dicho. Sin embargo, hay quienes hacen cábalas, argumentando sugerencias estériles” El tren se cruzó con un repentino mercancías. Cuando acabó este de pasar, volvimos la vista hacia dónde estaba el viajero. Pero no había nadie. Caímos entonces en la cuenta del parecido que tenía con el maquinista que se alejaba. Todos quisimos hablar al mismo tiempo.