El trabajo dignifica
Cuando hablo con representantes de empresas, da igual el sector, el mensaje que recibo es el mismo, “No hay gente para trabajar”. Los olivareros tiemblan cuando se aproxima la recolección por falta de mano de obra. En alguna ocasión he escuchado la reflexión sincera y desagradable de preferir una cosecha baja y con elevados precios, pues obtiene igual rentabilidad con menor gestión de recursos humanos. En la obra, las constructoras, demoran plazos de entrega por falta de personal. Presupuestos aceptados con precios elevados se acumulan en las mesas de las empresas, sin capacidad para atenderlos. En el sector de hostelería, el problema es similar. Los restaurantes se desesperan para cubrir la temporada con solvencia tanto en terraza como en cocina.
Podríamos pensar que rozamos el pleno empleo, sin embargo la provincia de Jaén sigue copando las mayores tasas de desempleo de España, con especial incidencia en el paro femenino y juvenil.
Es legítimo que las personas tengan aspiraciones que les permitan acceder a puestos mejores que trabajar en la aceituna, colocar ladrillos o poner cervezas en el bar. Esa aspiración está manipulada porque nuestra sociedad estigmatiza determinados puestos que paradójicamente son los que más valor añadido dan a nuestra economía. Incluso queda en un segundo plano la retribución, imperando el prestigio del puesto y sobre todo la estabilidad. Nuestra sociedad debería reconocer a todas esas personas que, con su esfuerzo y sabiduría, producen alimentos, construyen hogares, o prestan servicios de ocio.
Algo habrá que hacer hasta tanto llegue una tecnología que permita una menor dependencia de la mano de obra, con sistemas de recogida automática en olivar tradicional, con la industrialización de la construcción mediante obra prefabricada, o sistemas de atención mecánica en hostelería.
En primer lugar formación. No podemos confundir “no hay gente que quiera trabajar”, con “no hay gente que sepa trabajar”. Es importante que se impulse la formación dual y los contratos de aprendizaje, pues no es justo que una empresa asuma pérdidas por formar al personal y, una vez formado este se le vaya. O contratos incentivados para estudiantes en época estival para atender la demanda turística y financiar el curso escolar.
En segundo lugar, hay que incentivar económicamente el empleo. El esfuerzo por incorporarse al mercado de trabajo debe merecer la pena. Debemos pensar en sistemas que permitan compatibilizar prestaciones y sueldos, aumentando rentabilidad y cotización. Todo unido forma un tejido económico que permite asentar a la población.
En tercer lugar, estabilidad. El empleo debe interesar tanto al trabajador como al empleador. En ocasiones la empresa opta por ralentizar su crecimiento por la incertidumbre que le genera incrementar la plantilla.
Y por último, prestigiar el trabajo. Es un tema educativo, que debe trabajarse desde la escuela. Recuperar la cultura del esfuerzo en detrimento de aquella que apuesta por adaptarse a la pobreza. El trabajo no puede entenderse como contrario a la calidad de vida. Como diría Marx, el trabajo dignifica porque ofrece autonomía, capacidad para satisfacer necesidades e integración social.