Dios dijo: “¡Písame!”

    25 mar 2016 / 10:00 H.

    Shusaku Endo cuenta en “Silencio” el periplo de tres jóvenes jesuitas siguiendo los pasos de su antiguo compañero, el padre Ferreira. El padre Ferreira apostató y perseguía y ajusticiaba a los católicos. De los tres jóvenes expedicionarios a Japón sobrevivió solo uno, Sebastián Rodrigues, el protagonista de la novela. El título pretende destacar el silencio de Dios en un mundo de negaciones (Occidente) y de cruentas persecuciones (Oriente). O Dios ha muerto y por tanto no existe (Nietzsche) o Dios es ciego, sordo y mudo. El joven Rodrigues fue sometido a la misma prueba que usaron con Ferreira. Colocan a varios campesinos colgados boca abajo con un ligero corte para que se fueran desangrando, y murieran lentamente. Rodrigues podía interrumpir el proceso con solo pisar el crucifijo que habían colocado al alcance de los pies. Por fidelidad a sus creencias y por amor propio el sacerdote no osa ultrajar la imagen del crucificado. Pero los campesinos entretanto sufren y se quejan amargamente. Entonces Dios, ese Dios que permanecía callado, rompe el silencio y Rodrigues escucha su voz: “¡Písame! ¡Yo he venido al mundo para ser pisado por vosotros!”. El padre Rodrigues apostató. Pasó a llamarse Okada Sanemon. Continuó amando a Cristo, busco denodadamente el perdón y se sintió amado y reconfortado por El. Ejerció su ministerio, si bien ahora de forma secreta. La tesis de la obra es que la confianza en la misericordia divina salvó a Rodrígues. Esa confianza es lo que faltó a Judas, el discípulo que vendió al Maestro. Cierto que Cristo lo urgió: “Haz lo que hayas de hacer”. Pero, también es cierto que el Maestro sufría y lo esperaba. Porque, o Jesús es amor, o no sería verdadero Dios. La perdición Judas no fue entregar a Jesús. De una u otra forma, Jesús acabaría en la cruz. Judas se perdió por dudar de que Dios, que es misericordia, lo acogería y lo abrazaría para perdonarle. Judas se perdió por ignorar quién era verdaderamente el Maestro.