Destino equívoco

    01 nov 2024 / 09:29 H.
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    Teme a la suegra, mujer beata muy chapada a la antigua. Bata negra hasta el calcañar. A la mano una estampa milagrosa, deslucida de tanto besuqueo. Teme a la suegra, cuyo parecer ahuyentaría al malandrín mas arrojado. Teme a la suegra, que mira y retiene la vista severa, firme, sin parpadeo, conocedora del secreto que ya se ha consumado, o del futuro, fijo, inevitable que habrá de sobrevenir. La suegra habla del Purgatorio; realza el sufrimiento, los ¡ay!, la desesperación y asfixia de las llamas circundantes. Pero no es por eso. Ella sabe que el cuerpo, y sus gracias, constituyen el débito a rendir en exclusiva al marido. Nunca consintió que nadie la tocara. Ni siquiera permitió contacto físico “al otro”, el otro entre todos los demás otros. Amarla sí. Le permite, le exige que la ame devota e incluso voluptuosamente. Consiente agradecida que se le escape alguna palabra gruesa, alguna expresión fuerte, seguida invariablemente del arrepentimiento y de la disculpa. Pero no admite nada físico, nada real, nada tangible. Algunas veces llora con desconsuelo a la caída de la tarde. Es la tensión de los días. ¡Hace falta mucho equilibrio y mucha habilidad para mantener un destino equívoco!



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