Desde la atalaya de K

    28 jun 2019 / 11:43 H.

    Muy a pesar de su naturaleza, K es funcionario. Aunque no lo crean, se metió en el lío casi sin darse cuenta: un día habló con alguien y se decidió que lo mejor para él era buscarse un trabajo con horario decente. Algo que le procurara lo suficiente para hacer esas otras cosas que había estado buscando siempre. No era muy dado a compartirlo, pero lo que en realidad quería K (Dios se apiade de su alma) era escribir y escuchar la música de las esferas. Así que se presentó y ganó la plaza. 12 años más tarde, con unos cuantos libros publicados (“más pena que gloria”, dirá si se le pregunta), acaba de comprender lo que significa trabajar donde trabaja hoy y se quiere ir. No tiene dinero, ni plan. K sigue rebelándose, oponiéndose. No sabe muy bien por qué lo hace, pero lo hace cada vez más. A punto de subir al cuarto piso, lleva dos años sin cortarse el pelo y nota que la gente empieza a mirarle con incomprensión. A favor de K: que está menos cabreado con el mundo, que comprende que cada uno ve las cosas desde su atalaya (en su cabeza no para de sonar la guitarra de Hendrix, en la demoledora versión de “All along the watchtower”), que ha entendido al fin lo que es él. Pero que necesita un tiempo para subir a otra torre y mirar al horizonte con ojos nuevos. Disculpen a K.