De tanques y olivos

20 jul 2025 / 08:48 H.
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La fisiocracia es una teoría económica del siglo XVIII que consideraba que la agricultura era la única actividad económica que generaba riqueza real. Siglos después observamos como esta actividad es subestimada y compramos mentiras en la medida en que tengamos la nevera llena. Sin la agricultura no habría civilización. Nómadas cazadores y recolectores arrasando allá por donde iban, se asentaron al descubrir como a partir de una semilla se obtenían frutos, fundando pueblos, organizando sociedades con la única ideología del amor a la tierra. Decía Cicerón, en el 43 a. C., “la agricultura es la profesión propia del sabio, la más adecuada al sencillo y la ocupación más digna para todo hombre libre”. Siendo así, me cuesta entender cómo se expropian cientos de hectáreas de olivos centenarios para instalar placas fotovoltaicas, habiendo eriales
más adecuados para ello.

Me cuesta entender cómo se transfiere de forma coactiva la propiedad de miles de olivos para hacer un campo de experimentación para el Ministerio de Defensa. Y todo ello se hace por motivos de utilidad pública o el interés social. Tanto en Lopera como en Jaén, muchos sueños, que empezaron regando una mata pequeña, se han quebrado cuando a golpe de Boletín Oficial deben abandonar sus árboles mimados y preñados de aceite. En el caso del Cetedex se expropian 300 hectáreas que producían 1,5 millones de kilos de aceituna al año y que molturaba la cooperativa de Jaén.

De la noche a la mañana se abandonan estas explotaciones. Mientras el Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial dibuja sus proyectos sobre planos la hierba seca entierra los olivos convirtiendo un bosque fértil en una amenaza de incendio forestal. Bien estaría que, hasta tanto esos planos se lleven al terreno, se permita la concesión del uso especial de estas fincas para su cuidado y recolección y que bien podría ser, por el interés colectivo de los afectados, la propia cooperativa. También me cuesta entender como la alianza entre la agricultura y la sociedad, promulgada desde 1962 por la Unión Europea a través de la PAC, se desquebraja de buenas a primeras por la mentira de invertir en armamento ante un inminente conflicto bélico. Se frotan las manos la industria de la guerra que proporcionará suculentos dividendos a fondos de inversión que justamente vienen a ser los que están detrás de quienes infundan esos temores. Los incentivos a la agricultura son los que más contribuyen al desarrollo territorial, al suministro estable de alimentos asequibles, a la gestión sostenible de recursos, a los paisajes y en definitiva a la economía rural. La reducción prevista del 20% de la PAC provocará un palo al sector, a nuestra provincia, a nuestros pueblos, y favorecerá el abandono de explotaciones agrícolas, acelerando la despoblación. Y a la larga, será un palo para la salud, porque se abrirán fronteras a alimentos extracomunitarios que hasta ahora se controlaban en origen.

En vez de tantas cumbres internacionales nuestros representantes y sus adversarios deberían quedar en un cortijo de Jaén, rodeados de olivos, con la misión de sacar la cosecha para adelante. Ese árbol de la paz les daría sosiego, humildad, y sobre todo, les recordaría que sembrando la tierra se cultiva la paz.

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