Cuestión de fe

    30 dic 2025 / 08:55 H.
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    En el año 26 después de Cristo todavía se hablaría de él en primera persona. Algunas veces, a partir de una vivencia narrada por un testigo o incluso por su protagonista; y en otras muchas, con la milésima de verdad que queda de una historia que ya ha pasado por cien mil bocas pero, dada la cercanía de los hechos, probablemente generando una credibilidad superior a la que hoy soporta la Biblia. Supongo que esto viene a significar que el nacimiento de una fe requiere también del paso del tiempo, de la imposición de un presente sin hilos fehacientes que los conecten al origen que se venera y que, hasta que eso no sucede, cualquier testimonio directo, de viva voz, empequeñece su versión escrita. Por no mencionar, claro, la presencia de un milagro, haber sido uno de esos israelitas que atravesaron el Mar Rojo tras la mediación de Moisés; o una de las personas que se alimentaron del pan y de los peces que multiplicó Jesús. En tales casos, ¿para qué recurrir al evangelio en busca de la traslación que San Marcos y San Mateo llevaron a cabo sobre lo acaecido? Bastan la certeza de lo que ven unos ojos y el agradecimiento de un estómago lleno para creer, para constatar que algo es de una determinada manera por más inexplicable que esta se antoje.

    Da la impresión de que por ahí van los tiros de lo que Sumar y el resto de formaciones de izquierda les están demandando a Sánchez: una cadena de medidas-milagros que repercutan de manera directa e inmediata en los ciudadanos y que, sobre todo, sirvan para mantener —y recuperar— la fe de los que les votaron en las pasadas elecciones; aparcar por un tiempo las Sagradas Escrituras y los sermones dominicales en los que no se cansan de recordar que los mayores avances sociales cuentan con el ADN del PSOE y predicar con el ejemplo. Sin embargo, la respuesta del presidente a esa propuesta sigue inalterable: en vez de emular a Moisés y tratar de separar las aguas y abrir, de ese modo, un camino que valga de escapatoria, prefiere continuar sumando bloques de hormigón al muro que levantó, aunque eso deje a la ciudadanía en una especie de presidio, ya que a un lado tienen el mar que les impide avanzar y al otro la altísima muralla que, supuestamente, les libra de sus perseguidores. Y lo más sorprendente: no parece inmutarse cuando ve, cada día, a miles de personas perder el miedo a adentrarse en la profundidad de esas aguas tan oscuras.

    Cierto, Sánchez no es Dios, no puede obrar milagros, solo hacer política y, probablemente, la que le exigen sus socios de investidura no se halla a su alcance, por la actual aritmética parlamentaria. Y en dicha encrucijada las opciones se reducen a dos: persistir en esa resistencia titánica y suicida, vistos los resultados de las últimas elecciones y el vaticinio de las que se avecinan; o emprender el ascenso del Monte del Calvario y ofrecer su sacrificio público en aras de un mal menor. No es inocente Sánchez, en su caso no bastarían las dos cruces que rodearon a la de Jesús: Cerdán, Ábalos, Salazar, Leire, Koldo... Pero sí que podría culminar sus mandatos con un mínimo de dignidad y con un argumento que dejara abierta la puerta a la esperanza.

    En el año 2026 después de Cristo sabemos que el paso de dos o tres décadas abandona en el pleistoceno a los políticos que fueron bandera de algunos de esos avances sociales, que muchos de los que, en pantalón corto, acudieron a los mítines de Felipe González o de Alfonso Guerra hoy los tildan de Judas a boca llena y que eso no solo obedece a la falta de memoria o de cierta capacidad de contextualización, que también pesa el hecho de que la política sea y requiera de movimiento constante y, tal vez, González y Guerra llevan lustros sin moverse. Sánchez tiene en su mano realizar un último movimiento que venga a evitar el jaque mate y la rotura del tablero. Un movimiento tan sencillo como dar un paso a un lado y devolver al PSOE al planeta de las ideas y alejarlo de estériles endiosamientos.

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