Condenados a sentir

15 jun 2020 / 16:30 H.
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No sé si el amor es una estrategia ideada por el paso del tiempo para ayudarnos a interpretar su funcionamiento o al revés: es el amor el que se sirve del transcurrir de la vida para que, a pesar de los pesares, podamos disfrutar de las distintas maneras que tiene de manifestarse. En cualquier caso, comparten fin: evitar que un año, un mes, una hora o un solo segundo se queden suspendidos en la eternidad, al abrigo de un sentimiento o de una sensación inalterable e indestructible. Una suerte de democracia que nos permite vencer para luego comprender la derrota. Porque sobre eso no existe duda alguna, ¿verdad? El que no pierde no gana, no vive, no padece, se libra de la hermosa condena que supone sentir hacia bien arriba y hacia bien abajo, y entonces alcanza el cielo o el infierno impoluto, a punto para jugar otro partido que ya se erige en un imposible; y, sobre todo, sin entender que esa gente a la que veía llorar por las esquinas venía del verdadero y único paraíso. Necesitamos —ya— una escuela en la que se nos enseñe a perder; una maestra que inicie cada día su clase con esa conjugación: yo pierdo si tú pierdes y él pierde; nosotros perdemos si vosotros perdéis y ellos pierden.

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