Bonaparte y familia

    31 may 2019 / 11:01 H.

    La familia. Algún despistado (joven, seguro) dirá que no, que hay cosas más complejas. Aspectos íntimos e inconfesables. Secretos que bordean el onanismo. A semejante insensato ni se le ha pasado por la cabeza que es en el seno familiar donde él mismo se ha desarrollado como individuo y que casi todo lo que ha experimentado a lo largo y ancho del territorio vital lo ha hecho para sumarse u oponerse a lo que vio en su casa. El colmo: Las familias crecen a medida que pasa el tiempo. Cuñados, hijos, sobrinos, nietos, añadiendo más elementos, más ruido, más dificultad para el entendimiento. Que levante la mano quien no tenga un hermano, unos primos, una rama de la familia con la que ha dejado de relacionarse. En la mayoría de las ocasiones, uno ya ni se acuerda del motivo o lo ha distorsionado. Sucede que, cuando se produce el cisma, el dolor arrasa a los abuelos mientras los nuevos padres (antes hijos) siguen adelante con sus vidas, dedicados a la carrera que aún tienen por delante, sin aflojar el paso, porque para eso son adultos y ya tienen sus otros hijos y a ellos se deben. ¡Adelante, Bonaparte!, gritamos. Y les decimos a los abuelos (a los que nos enseñaron) que se acostumbren, que la vida es así. Pues no, joder, no debería serlo.