Amante bandido

24 ago 2020 / 17:44 H.
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La libertad que se emplea para tratar de desmentir una evidencia conforma una patraña que puede estrellarnos contra las rocas y provocar el hundimiento del barco. Aun suponiendo que el hacedor de ese disparate esté exento de mala fe y crea que su acción sirve para salvar la nave, ha de primar la protección ésta, y si para eso se resuelve indispensable tomar la cabeza del imbécil e introducirla bajo el agua durante 19 días y 500 noches, se agarra al susodicho y se le decapita, porque es más rápido. Entendemos la libertad como un derecho cuando, en realidad, encierra el deber más poderoso del que disponemos. El principal argumento que esgrimen Bosé y sus acólitos se basa en la prevalencia del individuo, y valiéndose de él exigen el derecho y la libertad de poder subirse a un bote salvavidas y ejecutar en solitario la maniobra por la que apuestan. El problema estriba en que los imbéciles exentos de mala fe, como su propio nombre indica, son imbéciles; y los imbéciles, por norma general, tienden a juzgarse con demasiada benevolencia y no comprenden que la libertad no reside en el barco ni en ninguna otra embarcación nodriza, sino en el mar, y que nuestra máxima obligación consiste en protegerlo de la basura.

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