Amanda

    01 dic 2022 / 17:45 H.
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    Aunque apretó los labios, y se mordió la lengua hasta sangrar, Amanda no pudo, no supo o no quiso impedir que, junto con las convulsiones, saliera de su trémula boca el nombre del tercero. Ensombreció el lecho conyugal precisamente cuando su marido, ese marido que le habían asignado, heredero del cortijo Santa Águeda, la estaba amando. El hombre se levantó, cogió la escopeta y encañonó a su esposa. Viéndose incapaz de ejecutar el criminal propósito, volvió el arma contra si. Disparó sobre el pecho. Estaban tan cerca que la sangre corría por el rostro de la mujer. Los otros continuaron viéndose discretamente. En sus encuentros aparecía la figura engorrosa de un fantasma. ¡Cuánto me quería! Confesó Amanda, la viuda, acordándose del suicida. Aquella misma tarde, en la humilde pensión del arrabal —lejos de su domicilio y con identidad falsa— la viuda gritó el nombre del difunto cuando hacía el amor con el otro. También éste —el otro— la amaba. El hombre salió del cuarto. No había nadie en recepción. Bajó la escalera silbando una vieja cancioncilla hasta alcanzar el fresco de la calle. Al rato, la limpiadora gritó histérica. Había encontrado el cadáver desnudó de la mujer sobre la cama.

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