Abuela Filomena y tía Justi

30 ene 2021 / 17:09 H.
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Desde la borrasca con el nombre de mi abuela, Filomena, hasta la que hoy se inicia con el nombre de mi tía, Justi, hemos ido almorzando día a día con desalentadoras cifras de contagios que nos arrastran en escalada por la tercera ola de la desesperación. Pocos se atreven a proyectar el final de esta tendencia y muchos nos auguran que lo peor está aún por llegar. Las malas noticias se suceden, lo que viene a atenuar la ilusión en un año nuevo henchido de esperanza en llenar nuestro tiempo de celebraciones, abrazos y vida nueva. Ante esta amenaza a la vida, el único remedio que nos prescriben es quedarnos en casa, la inacción como mejor remedio. Esperar confinados a que toquen el timbre para pincharnos la vacuna, que si queremos que sea pronto será extranjera, como instrumento internacional de caridad, cuando nos toque, por estricto orden hegemónico mundial. Y esta impotencia acompasada con la angustia de pensar que seguramente la española será la mejor vacuna, pero impuntual a su cita, sin saber el motivo, si por falta de planificación, por haber empezado tarde o por haberse encontrado trabas que otras no tuvieron. Seguramente una consecuencia de la paupérrima apuesta por la ciencia que venimos padeciendo en nuestro país desde hace tiempo. Mientras que en Europa se invierte un 3% en ciencia, en España no llegamos al 1,2%, y nos presentan el objetivo de llegar al 2% en tres años. Teniendo en cuenta que nuestra productividad es inferior, si queremos igualar resultados, la apuesta debe ser más ambiciosa, y que responda al pronóstico de que el verdadero motor del progreso de la humanidad en este siglo está en la ciencia.

Un poco antes de coger el mando del televisor con la intención de alejarme del telediario, buscando la felicidad contenida en balcones de la afición de equipos humildes, que sueñan con ganar a un grande, llega el segundo bloque de noticias, que nos presenta los indicadores económicos del año que hemos acabado. El INE revela que en 2020 el PIB se contrajo un 11%, muy probablemente el mayor hundimiento de entre todas las economías desarrolladas en el año del coronavirus. La inflación cerró el año en negativo, con un -0,5% y las expectativas más positivas de rentabilidad en el mercado monetario son del -0,11%. La deuda pública sube del 95,5% al 123%, y el déficit público se acercará al 12%. La EPA arroja 3,19 millones de parados, con 395.000 empleos destruidos en la Hostelería y 137.300 en el comercio. En Jaén, en 2020 vendimos más barato que nunca una escasa producción de aceite, cerramos el año con 9.800 parados más y 2.183 habitantes menos.

Con todo esto,
estaríamos ante la mayor destrucción
económica desde la
Guerra Civil. Una tormenta de datos indescifrables e incomprensibles por mi pobre abuela Filomena y, probablemente,
por mi tía Justi, pero que a ambas, al
oír Guerra Civil, les temblaría el
cuerpo, asustadas por recordar aquellos tiempos que les tocó vivir, la primera la propia guerra, y la otra, sus devastadoras consecuencias. Por todas ellas, por las que tanto sufrieron, por las que tanto trabajaron por sacar a sus hijos adelante, a las que este país les debe mucho más que la propia vida, ahora que son vulnerables, quedémonos en casa y, por favor, vacúnenlas ya.

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