Sencillez con mucho gusto

La casería de la familia Céspedes Pulido destaca por una decoración exquisita que respeta la estructura original de un inmueble construido a finales del siglo XIX

30 abr 2016 / 20:23 H.

Pasados los dos hitos que anuncian la llegada a la “Casería Santa Margarita”, Francisco Céspedes detiene el todoterreno y se baja de él. Da una vuelta sobre sí, extiende una mano y se enorgullece de la superficie de olivares, salpicada con algunos almendros, que, con vistas a los municipios limítrofes de la capital, sirve de alfombra natural a una “casa con encanto” que se yergue a poco más de cinco minutos de distancia y en la que la familia Céspedes Pulido olvida el mundanal ruido. Sobre todo, en verano.

La piedra con la que está construida esta tradicional casería cuenta más de un siglo historia. Los archivos ya recogían su existencia en 1899, apunta su actual propietario, que la adquirió en el año 2000 para rehabilitarla un lustro después guiado por un solo objetivo: el respeto a su estructura y al concepto de estas típicas casas rurales que no se entienden sin el cultivo de la tierra y la cultura que lleva aparejada. Con tres albañiles y la ayuda de sus hijos, Francisco Céspedes sometió la vivienda, de dos plantas, a una restauración que duró “casi un año” y que dejó a la vista los cantos de piedra que, hasta ese momento, estaban ocultos bajo capas de yeso, tierra y cal. La “descarnaron”. Se quedaron prácticamente con el esqueleto del inmueble de dos plantas y, en el interior, distribuyeron las habitaciones y las decoraron sin salirse prácticamente del guion arquitectónico que siguieron sus primeros propietarios. “Toda la obra es parecida a lo que había”, subrayan Francisco y su mujer, Ana. La primera prueba de ello se observa en el salón. “El techo, ondulado, era a base de palos de árboles con cañizo. Nosotros, evidentemente, los quitamos, pero, para mantener el diseño, pusimos vigas de Castilla, abombadas”, indica él. La chimenea moderna ocupa el lugar de la que había originalmente y los huecos de las antiguas alacenas, tanto la del comedor, como las que hay en el resto del inmueble, se conservaron, reutilizadas como estanterías.

Son solo algunos detalles de una casería en la que priman los materiales constructivos nobles —además de la piedra, la madera y la cerámica, que está presente desde las baldosas hasta las esculturas o los artículos de menaje— y que está decorada con un gusto sublime, en el que sus propietarios han rescatado —y también restaurado— muebles heredados de sus antepasados, como baúles, maletas, una salamandra o una máquina de coser.

El estilo rústico orienta toda la casa sin por ello anular el gusto de cada miembro de la familia, como se aprecia en los dormitorios de los hijos, en la primera planta, abuhardillada. Partiendo de una base estilística común, cada uno goza de personalidad propia en una casería que engaña desde el exterior por una amplitud interior que, en consonancia con el entorno natural en el que se levanta, destila buenas vibraciones y armonía. Un lujo en estos tiempos acelerados.

la perfección inigualable de la imperfección

Ana Pulido, su hija Susana y el pequeño Lucas posan ante la soberbia fachada de piedra de esta casería del siglo XIX. Los propietarios destacan del inmueble que no hay nada que sea perfecto. Pero ¿qué más imperfecto que la creación del mundo y la naturaleza y, sin embargo, resultan más perfectos? El verde de la vegetación, el colorido de los geranios y el azul y el blanco hacen único el derredor.

un lugar para disfrutar con amigos

La casería de la familia Céspedes Pulido no es simplemente un lugar de retiro. Está habituada a acoger las reuniones de “hasta 30 y 40 personas”. Es un espacio para disfrutar de lo bello que es vivir, como dice el título de la memorable película que dirigió Frank Capra. El merendero, el porche de la entrada, los colores que la envuelven, la bodega... Todo es un homenaje a la alegría de vivir y al gusto por compartir esa alegría con los demás de la pareja propietaria, y tiene su culmen en el interior de la casa en una habitación dedicada expresamente a los juegos. Lo que fuera un antiguo pajar, con un pesebre que lo separaba de la cuadra, en la que descansaban los animales, es hoy una sala de juegos en la que domina una mesa de billar cuyas bolas vuelven loco al más pequeño de la familia, por ahora, Lucas, el nieto que “siente locura” por el abuelo.

cocina
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Destacan la combinación de la piedra con los yesos originales de la pared; la conservación del horno moruno, que sirve ahora de calefacción, y sus artículos de menaje.

merendero y piscina
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El azul y blanco son los colores que recorren el exterior. Junto a este merendero, el año pasado, la familia readaptó las cochineras tradicionales, hundidas, como piscina.

salón
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La solería de cerámica, la madera y la piedra de la los muros se alterna con un mobiliario rústico en el que se mezcla lo nuevo con aire a antiguo y las herencias familiares.

dormitorio
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La casa cuenta con cinco dormitorios, decorados cada uno de ellos a gusto de sus inquilinos. Cada uno cuenta además con un pequeño baño y están bañados de luz.

molino de aceite
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Las cuadras albergan hoy una pequeña almazara en la que, este año, la familia Céspedes Pulido ha molturado el aceite que regalaron, a modo de recuerdo, en la boda de su hijo.

bodega
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El antiguo picadero del caballo se ha reconvertido en bodega. Lugar de celebraciones, en ella Céspedes ha ubicado siete ánforas de vino que eran propiedad de sus padres.