El toreo de Cayetano y Adrián de Torres vence la tormenta

Juan Bautista consigue un trofeo con una buena corrida de Gregorio Garzón

27 ago 2017 / 11:04 H.

S alió el cuarto y en Sabiote ya tronaba. El cielo se encapotó y se veían unos relámpagos que encandilaban. Juan Bautista paró al toro a la verónica con las manos bajas. Lo metió en el caballo con unas chicuelinas al paso. Dejó las gaoneras para después del picador. El toro se llamaba Pitoto. Tenía raza y metía la cara abajo con clase. Juan Bautista lo citó largo. El astado venía con velocidad y colocaba bien la cara, por lo que las primeras series tuvieron emoción. Mientras, dos niños toreaban al aire en los tendidos de sol imitando lo que ocurría, sobre el albero. El torero veía como el animal iba a más y a más, por lo que el diestro francés lo llevó largo en una faena que tuvo buenos pasajes y bellos muletazos, pero que no acabó de estallar en los tendidos. Lo peor fue el final. Anduvo mal con los aceros y perdió la puerta grande.

Cuando toreaba Juan Bautista, el cielo iluminado por los rayos y los truenos pintaba una estampa que evocaba el romanticismo más puro. Era como una poesía de Becquer toreada. En cambio, el idilio duró poco. Cayetano paró al quinto flexionando las rodillas para bajar las manos. Sin embargo, cuando la cuadrilla se disponía a banderillear, la tormenta se erigió en protagonista. Caían gotas como puños. Luego, se levantó un vendaval que hacía que los capotes y las muletas volaran. Y si fuera poco, un manto de granizos que aporreaban. El público corría en busca de las andanadas, mientras que el callejón se quedaba vacío. Había gente refugiada hasta en las caballerizas. Pero Cayetano demostró que el toreo puede con la tormenta. El agua le llegaba por los tobillos y la muleta, en ocasiones, le daba en la cara como si fuera una bandera espoleada por el viento. Entonces, el torero sacó raza. Lo llevó por alto con muletazos con clase y demostró la lluvia no ganaría la tarde. El astado estaba en la arena y la tauromaquia no podía parar. También se echó la muleta a la izquierda en una lidia que se convirtió en una epopeya. Acabó con un espadazo y con las dos orejas y el rabo. El público de Sabiote enloquecía con la heroicidad. Paró pronto, pero el albero quedó con cinco dedos de agua. En vez de manoletinas, hacían falta botas Katiuskas. El público no sabía qué iba a pasar. Entonces, Adrián de Torres dijo que saliera el sexto, algo que se agradeció con una gran ovación. Lo recibió con los pies juntos. El toro salpicaba igual que los coches a los peatones que van por la acera. Se movía de un lado a otro con emoción. Adrián de Torres brindó la muerte del animal a Curro Vázquez, que, igual que él, es matador de toros de Linares. Se lo sacó a los medios con una serie bella de trincherazos. Después compuso series reposadas, templadas e inteligentes. Le cogió bien el ritmo y la velocidad al toro. Lo mató y logró un trofeo. Antes, con el tercero, también anduvo bien. Era el toro más complicado del encierro porque caminaba siempre sin humillar, por lo que se orientó rápido. Esto hizo que no quisiera pasar a partir del tercer muletazo. Adrián de Torres lo esperó y lo aguantó bien en cada muletazo para sacar buenas series con un animal que no fue fácil. Una faena muy torera de Cayetano al segundo a un toro que se apagó antes que sus compañeros y otra con mucha clase de Juan Bautista para cuidar al primero, que salió justito de fuerzas, completaron una tarde en la que quedó claro que el toreo es capaz de vencer a una gran tormenta. Al final, el público contento, aunque con las camisas y vestidos para estrujarlos en la pila. Qué manta de agua cayó.