La mujer discreta

BUENA DIGESTIÓN. Hay algunas historias y vivencias que uno descubre durante una comida y se quedan marcadas

10 nov 2019 / 12:25 H.

En el restaurante la conocen bien o eso cree Felipe, su camarero eterno, enjuto como la mojama y el cabello aún del color de los Murube. Tiempo atrás fui a menudo. Entonces conocí y disfruté para siempre de la cocina vasca que difundió para España entera Arzak: del caserío al mantel blanco; del chimichurri a la crema de coliflor más delicada. Ahora acudo sólo de vez en cuando, casi siempre invitado, es caro y extraordinario.

Pero Felipe continúa allí; todo ha cambiado menos él y su olor a esencia de autenticidad. “¿Qué ha pedido la señora? “No sé, creó que aún espera a que Fabián le diga la recomendación de Monchu, el cocinero”. “Espero, entonces. Tráeme un chacolí y unas piparritas”. Veo que Fabián se acerca a la señora, habla y sonríe. Toma nota y se marcha. El chacolí ha mejorado bastante, hasta me gusta redondear los sorbos en la boca. Pienso que habrán introducido otra variedad de uvas.

“Le ha pedido un tomate sobre un lecho de cuajada y jurelitos a la brasa”. “Toma nota, lo mismo para mí”. “¿Qué bebe?”, “Sabes que nada: agua del grifo”. “Pero abstemia no es”. “Ya, con el café cortado se toma un chupito del pacharán casero del jefe”. “Nunca lo he probado”. “Claro, si no te gusta nada dulce”. “Tienes razón, pon otro chacolí y ya veremos”. Olga, que así se hace llamar la señora, es natural de Vergara y se la cree soltera. Es funcionaria, o eso parece, pero nadie lo sabe con certeza, quizás el dueño, puede que el chef de cocina. Tampoco se conoce dónde ni en qué trabaja. Felipe dice que es mitad filósofa, mitad ingeniera, porque lo sabe todo. Es simpática a su manera y tiene buen porte. Rubia oscura de peluquería, melena lacia y siempre vestida con discreción si prescindimos de los pendientes, llamativos, y los zapatos de tacón con suela de color y nunca negros.

Sé desde hace años que pide el último producto que haya entrado en la cocina, el más fresco, el que más confianza de al jefe de perolas. Come de todo. Hoy Felipe me canta otro secreto. En las últimas semanas ha venido en varias ocasiones acompañada de un hombre más joven que ella; “Viene arropado con una especie de gabán escocés y tiene el pelo rojo como el pimentón de la Vera”. Ha deducido por lo que le haya podido comentar, o escuchado subrepticiamente, que no es familiar, ni novio ni amante. Tampoco compañero de trabajo porque no habla español. “¿Por qué no va ser un compañero del trabajo? Igual curra en una multinacional que tiene gente de todo el mundo y dan a todos los palos”. “Que no, que ese es un tío raro; quien contrata a un gaitero sin gaita”. Me río con la ocurrencia del camarero.

Pero hoy no ha llegado con el gaitero. Frente a ella se sienta una chica joven muy bella que la mira con atención y una cierta tensión. Habla poco. Observo que también come tomate como ella, como yo. ¿Quién será esta mujer?

Antes de que me sirvan el cortado me encamino hasta el servicio. Paso lentamente junto a su mesa. Fuerzo el rabillo del ojo derecho hasta el dolor; observo una buena mata de pelo en movimiento que le cubre la cara y un decidido movimiento de brazos que acompaña las palabras: “Pídeselo a tu padre, anda ve ahora”. ¿Será su madre? ¿Su tía acaso? ¿Su abuela?. Desde luego familia es. Me quise despedir del dueño al irme, no lo veo desde hace tiempo. “Está en la cocina, pasa”. Entré con prudencia. Aquello semejaba al sosiego pues la hora del barullo había pasado. La chica joven que comía con la señora hablaba con el jefe de cocina en presencia del dueño. Al ofrecer la mano para el saludo y abrir mi mejor sonrisa, oí que la chica decía al cocinero: “Gracias papá, mamá se va a alegrar mucho”. “Felipe, ¿Monchu está casado? “Claro, con Edurne, es maestra de escuela, muy maja; algún fin de semana se pasa”. “Ah”.

Me juré que no lo contaría a nadie. Ayer mirando distraído me sobrecogió verla en la televisión togada formando parte de un tribunal. ¡Es juez! Qué sabía y qué discreta.