En el otro lado de la orilla

Sesenta familias participan este año en el programa Vacaciones en Paz desde distintos municipios de la provincia que acogen a niños saharauis hasta finales del mes de agosto

07 jul 2019 / 12:16 H.

Un viaje por la imaginación. Algunos no querrán hacerlo, otros no se verán capaces y habrá quienes sí estén a favor, en cualquier caso, es una travesía necesaria pues la realidad no sabe ocultarse. El viaje comienza en el desierto con tan solo tres palmeras en una radio de muchos kilómetros. A lo lejos, llega un camión cisterna, buenas noticias, ese día toca llenar el depósito improvisado que hace poco dejó de ser de latón y que debe aguantar varias semanas para la subsistencia de toda la familia. Por la mañana, el colegio se llena de griterío y, al caer la tarde, las calles están repletas de miradas llenas de vida, corretean por la calle, sonríen, sus familias los esperan en las jaimas donde se hace la mayor parte de la vida diaria. Allí tienen dos kilos de arroz por mes para cada uno, uno de lentejas, otro de alubias y un litro de aceite de girasol.

Este recorrido da comienzo en los campos de refugiados, en el desierto del Sahara. Parece una película, pero no, es el día a día de muchas familias saharauis que han tenido que hacer del desierto su nuevo hogar. Para entenderlo es necesario hacer la primera parada en el camino. Todo comienza con la recomendación de la ONU para la descolonización y la independencia de la antigua colonia española del Sáhara Occidental que, allá por mediados de los 70, provocó un conflicto que aún hoy no ha encontrado solución. Tras la retirada de los españoles, Marruecos invadió el país desatando un conflicto que obligó a muchos subsaharianos a trasladarse a la frontera con Argelia, donde están instalados los campamentos en la actualidad. Allí, muchos de los pequeños no saben lo que es un bosque o una arboleda.

En 1991 se produjo un acuerdo de alto el fuego y, un año más tarde, un grupo de jiennenses decide dar un paso adelante y crear la Asociación Apoyo al Pueblo Saharaui de Jaén. Aquí comenzó la aventura y el verdadero motivo de este viaje. Muchos de los jóvenes comenzaron a esperar con la mayor de las ilusiones la llegada del verano, el momento de salir de la tierra natal y cruzar a la otra orilla, a otro mundo que poco tiene que ver con el suyo. Comienzan a llegar los primeros pequeños a casa de sus familias de acogida y a comprobar que existe una vida repleta de elementos que desconocen. Desde entonces, cada año los pequeños llegan a sus hogares españoles y jiennenses a pasar “unas vacaciones en paz”, nombre con el que se conoce la iniciativa. Son felices, disponen de médicos, de toda la comida posible, descubren que el verde es el color de los árboles, del campo que ellos allí no tienen. Al mismo tiempo, son capaces de cambiar las vidas de sus nuevos hogares que ya para siempre serán también los suyos. Y, aquí, toca hacer una nueva parada en el viaje. Llega el mes de julio y aterrizan los pequeños, los nervios se pueden casi palpar entre ambas partes que se compensan con la ilusión y las ganas de poner cara a unos y a otros. Tras un primer contacto, los niños se instalan, pero no todo es fácil. Hay que adaptarse y para ello la mejor aliada es la paciencia y seguir los consejos de la asociación. Entre ellos, lo mejor es que no duerman solos, pues en la jaima en la que conviven no hay puertas que separen; comer sin prisas, muchos no saben lo que es la verdura y es solo cuestión de tiempo que se acostumbren; el baño, el pudor es algo que hay que vencer y para lo que también serán necesarios unos cuantos días. Entre tanta ida y vuelta se van quedando momentos que terminan en el corazón. Es el caso de Marta que, con tan solo 19 años, decidió acoger a una niña. Cuando llegó el momento descubrió que en realidad era un niño y tuvo la opción de cambiar, pero ya era tarde, ya se habían puesto cara y se había producido la magia que “Vacaciones por la Paz” es capaz de provocar entre jiennenses y saharauis.

Pero, ¿y si el viaje fuera al revés?, ¿si fueran los españoles los que cruzaran la orilla?, algunos los han hecho, como Francisca María Ruiz, la presidenta desde 2011 del colectivo. Ella ha podido ser testigo del día a día allí, ha conocido las condiciones de vida a las que se enfrentan en los campamentos y, especialmente, ha podido descubrir a esas “valientes” que dejan a sus hijos en manos de familias españolas cada año con las que comparten tantas historias de vida con los menores como protagonistas. La primera vez que Franma, como conocen a la presidenta del colectivo, acogió a un niño su vida cambió, aunque sería en su primera visita a los campamentos cuando su visión de este proyecto quedaría grabada a fuego en su corazón para siempre.

“No tengo palabras para describir la sensación y el sentimiento que se creó entre la madre del niño y yo, solo puede decir que la quiero como si de una hermana carnal se tratase y que no he conocido a una mejor persona que ella”, confiesa la presidenta entre lágrimas, esas que se vierten desde el corazón. Muestra de ello es que incluso lleva el nombre de esa madre tatuado en la piel. “No se nos puede olvidar que son familias que dejan que sus hijos viajen miles de kilómetros para estar lejos de ellas durante meses, son verdaderas valientes y hay que ponerse en su piel y en las necesidades que pasan en los campamentos para entenderlas”, manifiesta.

Una vez más es necesario realizar otro alto en el camino, pues esta travesía es posible gracias aquellos que dan vida a la Asociación Apoyo al Pueblo Saharaui y que no dejan de luchar para que estos jóvenes puedan venir cada verano. Son casi doscientas personas las que forman parte del colectivo cuya labor es única, pero nada sencilla. En su propio viaje por la historia de la asociación han tenido momentos de mayor y no tan gozosa bonanza. Para este año, son 60 los pequeños acogidos por familias jiennenses repartidos por los siguientes municipios: Jaén, Martos, Úbeda, Mancha Real, Torredonjimeno, Monte Lope, Espeluy, Linares, La Carolina, Santisteban, Villacarrillo, Larva, Jódar, Orcera, Bélmez, Puente de Génave, Cambil, Huelma, Jimena. Sin embargo, no todos los menores que querían venir han podido hacerlo por falta de candidatos.

En el caso de la capital de la provincia o Úbeda se hace difícil conseguir que las familias den un paso al frente y decidan participar en esta iniciativa. Por su parte, en el lado opuesto está Martos, municipio en el que este año pasarán el verano 18 niños. “Nos cuesta mucho que en lugares como Jaén participen en las actividades que organizamos y creo que por ello muchas familias desconocen la situación real e estos niños y por ello no se interesan por el proyecto”, considera la presidenta. Porque hay algo más, para que puedan venir es necesario que las familias programen actividades a lo largo del año para poder recaudar fondos y poder costear “Vacaciones en Paz”. Este viaje concluirá en agosto, cuando toque hacer de nuevo las maletas para poner rumbo a la otra casa, en la que nacieron. En la maleta se llevan la experiencias vividas en Jaén, las actividades en los distintos municipios que se organizan a lo largo de los dos meses de estancia, su propio viaje vital que hará que los niños ya no sean los mismo cuando lleguen al campamento. Al mismo tiempo y como recuerdo de su paso por Jaén dejarán algo que no tiene precio, que solo podrán experimentar quienes haya cruzado la mirada con alguno de los sesenta menores, pues se habrán colado en el corazón de las familias y habrán iniciado así un nuevo viaje, el de la vida, que a partir de este verano será distinta para las encantadoras familias que han decidido acoger para siempre a un miembro más en sus vidas.

Cuando una sonrisa se cuela en el corazón
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A lo largo de todos estos años, las historias protagonizadas por las familias de acogida y los niños que viajan desde el Sahara son miles, algunas que se quedan en el corazón de sus protagonistas para siempre. Es el caso que reflejan las sonrisas de los tres protagonistas de la fotografía. La protagonizan dos hermanos gemelos y una joven que ya será parte de su familia para siempre. En el último año en el que los pequeños llegaron a España, con doce años es la última vez que pasan el verano con sus familias de acogida, estuvieron separados, cada uno con una familia diferente. En el caso de la de Jaén, luchó para que el siguiente año pudieran volver, pero lo hicieran los dos juntos. La fotografía del trío y, especialmente la sonrisa que lucen, es la confirmación de que los deseos se cumplen. Esta, es solo una historia de la tantas que podrían contar los jiennenses que aumentan la familia sin importar el color, la edad o el sexo, cuando el corazón es lo que se prioriza.