El agroturismo.
Turismo rural activo

19 ene 2020 / 11:58 H.

En los felices años 80, los años de la “movida” de las grandes ciudades, era sana costumbre madrileña escaparnos de aquel fragor urbano, cada fin de semana o puente laboral, huyendo de la contaminación, el ruido y el estrés, buscando la paz rural, en viajes en un radio máximo de 300 kilómetros, desde el cero de la Puerta del Sol. Así conocimos el pueblo medieval de Patones de Arriba, famoso por sus casitas de pizarra negra, sus calles sinuosas y antiguas chozas de pastores; las balconadas de piedra de la plaza mayor de Riaza; los molinos de viento manchegos de los Campos de Criptana; Pedraza y sus iglesias románicas; la Alta y Baja Alcarria guadalajeña y conquense; las casas colgadas de Cuenca y su insólito Museo de Arte Contemporáneo del Grupo El Paso; o poder pasear por las murallas de la renacentista Baeza, imitando a Machado, ausente aún aquellos años de su escultura lucernaria de Serrano; o el Monasterio de Guadalupe en Cáceres, por decir algunos destinos turísticos en aquel radio kilométrico, hasta donde llegaba nuestro Citroen Dyane 6, en las estaciones no veraniegas, en contraposición de las familias convencionales, que ya alcanzaban las playas de Valencia con su Seat 600 repleto de maletas y niños. En aquellos tiempos, la demanda turística en el espacio rural en España, el turismo interior, estuvo en gran medida inducida por el fuerte proceso migratorio que tuvo lugar en los años sesenta; el primer usuario del turismo rural fue ese sector, hijos y nietos de la emigración, que buscaban sus raíces culturales, y que se sumaron a aquella población urbana, con nivel económico y social medio, que buscaban y aún buscan, un contrapeso ecológico y cultural a las insatisfacciones de la vida urbana.

La mayoría de los países reconoce el papel primordial que desempeña la agricultura en el medio rural, como la principal actividad profesional en la producción de alimentos, y la que también debe ser el guardián del medio ambiente; pero ese papel tradicional de la agricultura evoluciona a otros ámbitos económicos que entran en su competencia, como su principal aportación al desarrollo rural y al llamado “turismo rural”, produciendo una reformulación de las políticas rurales tradicionales; lo cual puede significar que en algunas zonas rurales las mejores posibilidades de crecimiento están en sectores que guardan una gran relación permanente con la agricultura y, entre otras, figura en buena posición el agroturismo, como diversificación de la actividad agrícola principal. Así lo considera la Unión Europea, desde hace tiempo, en su legislación y ayudas, con programas de desarrollo integrado . El fenómeno del turismo rural cuenta en nuestro país con una historia corta de no más de cincuenta años, circunscrita desde su inicio a las comarcas del norte, aunque los mejores ejemplos y más antiguos los encontramos en Francia. En las zonas de influencia mediterránea, el éxito ha sido para el turismo de costa, y aún mucho menos para el de interior.

Según la “Encuesta de ocupación de alojamientos de turismo rural. Resultados para Andalucía”, del Instituto de Estadística y Cartografía de la Junta de Andalucía, en 2018, en toda la comunidad hubo 569.795 pernoctaciones, de las que 78.718 lo fueron en la provincia de Jaén, la tercera, sólo después de Málaga y Córdoba, y con mayores pernoctaciones que Granada o Sevilla; con un grado de ocupación medio por plaza de un 14,25% comparativo al 25,51% de Andalucía; eso sí, recordemos que estamos hablando de turismo rural, turismo de interior, no urbano. Estas cifras, aún muy bajas, en relación al turismo de “sol y playas” —“sal y playas” irónicamente, que le leí en alguna ocasión a Juan Espejo— en Andalucía, o incluso al turismo cultural, gastronómico u otros. Según el “Balance del año turístico en Andalucía (BATA)”, referido al último año publicado, en 2017 nos visitaron en Andalucía 29,6 millones de turistas, y con 52,5 millones de pernoctaciones anuales, aunque especialmente referidos a la estacionalidad del verano, creciendo el porcentaje de extranjeros con respecto a nacionales.

El 67% del presupuesto de un turista en el destino andaluz se dedica a la restauración y alojamiento, ocupando a más de 380.000 trabajadores, superior a la agricultura, la industria o incluso la construcción, con una cuota de ocupación del 13,1%, con respecto al 8,9% de nuestra agricultura andaluza, aún siendo poderosa. Cada turista se gasta una media de 560 euros por estancia turística. ¡Multipliquemos por 29,6 millones de turistas! Y lo que es también interesante: el 61,2% de nuestros visitantes turísticos confiesa que ha utilizado internet para seleccionar su destino. ¡Ojo, pues, a esta nueva herramienta de comunicación y marketing! Las principales razones que dan los turistas de litoral españoles para elegir Andalucía como destino de sus vacaciones son el clima y la playa son —36,4% y 34,2% respectivamente—. También destacan la visita a monumentos... y los precios. ¿En dónde queda el turismo rural?

Ese flujo turístico “de sol y playas” debe recalar, en alguna proporción, en el turismo rural —si lo hacemos bien, comercialmente hablando—. Para conseguirlo, el agroturismo no debe ser sólo turismo de alojamiento en el medio rural —turismo pasivo— con orientaciones limitadas por la agricultura o el paisaje circundante al lugar rural en donde se ubiquen físicamente “casas de labranza” o “vacaciones en la granja” o incluso “casas rurales con encanto”, por singulares o bellas que sean, o a los usos tradicionales del agroturismo: caza en montes, turismo ecuestre o pesca fluvial; sino que se deben buscar otras orientaciones, añadiendo a nuestros alojamientos rurales posibles turismos activos: turismo de salud, turismos deportivos —espeleología, barranquismo, tirolíneas, senderismo, bicicleta de montaña...—, turismo cultural —monumentos, museos y centros de interpretación del olivar—, turismo de naturaleza —parques y parajes naturales, espacios protegidos, campings naturistas, vías verdes...— denominaciones de origen, turismo social, ecoturismo, turismo recreativo, oleoturismo... suplementando a las zonas rurales como no sólo reservas de espacios de tranquilidad y reposo, compatibilizando actividades al aire libre y en contacto con la agricultura y la naturaleza y utilizando nuevas fórmulas de gestión eficaces, y contando con inversiones públicas —aún escasas— y privadas necesarias para aprovechar todos los recursos rurales, y no sólo los inmuebles habitacionales, ayudando a dinamizar la economía de las zonas rurales y la economía local, no sólo como rentas complementarias sino directas, y como vía de mantener y revalorizar nuestros recursos naturales, sin perder nuestra identidad y la conservación de nuestra naturaleza medioambiental. Una buena muestra ha sido “Jaén, paraíso interior” que fue un gran eslogan para promocionar nuestra provincia y, además, también está siendo una buena estrategia de combinar cultura, monumentos “Patrimonios de la Humanidad”, naturaleza, espacios protegidos y paz rural, entre otros, rodeados por el paisaje del olivar.

Es preciso convertir al turismo rural en actividad profesional de calidad, debidamente reglada, en un segmento económico de pleno derecho, ofreciendo productos completos y diversificados, conservando su identidad e integrándose en los procesos globales de desarrollo de su territorio. En este sentido, el desarrollo del turismo rural constituye un elemento clave para la promoción económica y social de las zonas rurales y, a la vez, de regeneración ecológica y lugar de paz y recreo. El turismo rural será lo que queramos que sea, los ciudadanos y las instituciones públicas, fruto de una acción conjunta de los sectores interesados, incluidos por supuesto los agricultores, pero no al margen de ellos, para recuperar aquel antiguo adagio, que dijo el filósofo: “En todo ser humano duerme su origen rural”.

consultoria.olivar@gmail.com

Notas del pintor