Julio Ramón Fernández, un posible niño robado: “Mi padre me compró por 400.000 pesetas”
Un vecino de Cúllar Vega sospecha que su nombre original es Juan Carlos Muñoz Herrera y busca a su familia biológica para vivir en paz
No es la primera vez que emprende una particular lucha para conseguir saber quién es y, sobre todo, quiénes son sus padres biológicos. Lo único que conoce a ciencia cierta es que fue adoptado con apenas unos meses de vida y teme ser uno de los “niños robados” que hay en España. “Mi padre me confesó que me compró por 400.000 pesetas”, subraya. Su nombre oficial es Julio Ramón Fernández de la Cruz, con domicilio en el municipio granadino de Cúllar Vega. Sin embargo, hay documentos que acreditan que nació en el Hogar Infantil de la Victoria de Jaén como Juan Carlos Muñoz Herrera. La madre superiora que dirigía aquel centro, sor Gregoria, lo entregó, supuestamente, en adopción a unos progenitores con los que tuvo una infancia feliz.
El protagonista de esta rocambolesca historia asegura que siempre tuvo sospechas de que sus padres, Ramón Fernández Fernández y Ángeles de la Cruz Reyes, no eran, exactamente, los reales. “Ellos vivían en Madrid y mi madre siempre me contó que se puso de parto en un viaje, tuvieron que parar en Jaén y dio a luz en el Hospital de la Cruz Roja. Se fue al otro mundo sin decirme la verdad”, dice. Tanto insistió en sus preguntas que, finalmente, su padre, antes de morir confesó: “Me dijo que la adopción le costó como comprar un piso en aquella época, que los mandó una monja amiga de mi madre y que ella, incluso, fingió el embarazo para que a la familia le pareciese todo normal”. Un buen día decidió dar el paso de la investigación. Empezó en el Registro Civil de Jaén, donde encontró un documento que acredita que es hijo de Ramón Fernández y Ángeles de la Cruz, con el 8 de septiembre de 1964 como fecha de nacimiento. Sin embargo, en la inscripción aparece el mensaje de “fuera de plazo”, lo que le hizo incrementar sus sospechas. Fue entonces cuando acudió al Archivo Histórico Provincial. “Con mis datos no aparecía nada, pero con los de mis padres sí: Juan Carlos Muñoz Herrera, entregado al matrimonio en calidad de prohijamiento”.
Existe una partida de nacimiento, con fecha 14 de noviembre de 1963, que puede ser la real, aunque falta tener la certeza del bautismo, en la parroquia de Santa Isabel, donde es posible que conste el nombre de sus supuestos padres biológicos. “Fui en una ocasión, hace unos años, y me dijeron que no tenían los libros de 1963”, comenta Julio Ramón Fernández. Hay mucho más. En su historial clínico aparece que nació con seis meses y 1,2 kilogramos, lo que hace pensar en un parto gemelar. “Yo creo que mi madre tuvo dos hijos, uno se lo quitaron y otro se lo dejaron”, insiste hasta la saciedad. Guarda en una carpeta una cantidad importante de expedientes oficiales interesantes acerca de su historia, como el que acredita que la superiora de la Comunidad de las Hijas de la Caridad del Hogar de la Victoria —antigua Maternidad—, sor Gregoria, dio en adopción a un “niño expósito” a los padres con los que se crió, con cuatro meses de edad.
Las fechas están llenas de contradicciones, pero sí coincide con algo importante: según el Registro Civil, Juan Carlos Muñoz Herrera nació el 14 de noviembre de 1963, a las 12:00 horas, en el Hogar Infantil de la Victoria. Consta como padre José y como madre María, a efectos de identificación. Asiste el parto Paulina, la matrona, y la inscripción la realiza, casualmente, la misma superiora que luego lo entrega en adopción como prohijamiento. “En su día, conseguí localizar a la partera. Fuimos mi mujer y yo a su casa, hablamos con ella y nos dijo que eso era cosa de monjas. Después nos pusimos en contacto con la monja, que estaba en una residencia de personas mayores en un pueblo y nos atendió amablemente. Eso sí, lo único que nos dijo fue que en aquel hospital daban a luz muchas ‘putis’ y que si tenía ya una familia que para qué buscaba”, comenta entre lágrimas.
Hubo una ocasión en la que presentó una denuncia, a través de la Asociación de Bebés Robados, pero fue archivada por falta de pruebas. Julio Ramón Fernández está convencido de que hubo una trama orquestada en aquel momento para venderle sin el consentimiento de sus padres biológicos y, aunque se trata de un delito que no prescribe, su intención es conocer a su familia verdadera antes de irse al otro mundo. “Nunca estaré tranquilo hasta que no sepa la verdad”, repite. “Los análisis genéticos certifican que los padres con los que me he criado no son los míos y, además, guardo documentación falsa con dos testigos que dicen que soy hijo legítimo de Ramón Fernández y Ángeles de la Cruz, curiosamente los dos trabajadores de mi padre”, explica.
Recuerda que su infancia fue “muy buena”: “Estuve en los mejores colegios, en los Escolapios de Granada, pero mi madre murió con 53 años y la familia se desmoronó. Me tuve que ir a vivir a un piso solo, con unos 19 años, y mi padre se casó con la mejor amiga de madre a los pocos días”, cuenta. “No voy a parar hasta conseguir saber quién soy. Cuando denuncié el caso, estuvimos mi mujer y yo varios días pateándonos Jaén, tocando muchas puertas y hablando con mucha gente. Tengo un expediente que acredita que Juan Carlos Muñoz Herrera es Julio Ramón Fernández de la Cruz y, sin embargo, tengo la partida de bautismo de Julio, pero nos falta la de Juan Carlos, porque nos dijeron en Santa Isabel que se quemaron esos libros. Esa iglesia llevaba el tema religioso del Hospital Infantil de la Victoria. Estuve en el Obispado también y no me dejan acceder a mi partida. Me recorrí el cementerio de Jaén, pero nada...”.
El protagonista de esta historia de libro movió Roma con Santiago y, en cierto momento, se vino abajo cuando empezó a descubrir detalles que nunca imaginó. “Vengo con la ilusión de encontrar a mi familia, en qué situación me dejó mi madre, si tengo hermanos... Yo no pido herencia ni dinero”, manifiesta. Le acompaña en el camino su esposa, María José Ladrón de Guevara, con quien tiene una hija, que es lo mejor que le ha pasado en la vida. “Emprendo una nueva lucha y espero que la Administración me deje avanzar. No tengo previsto poner denuncias, sino conocer la verdad. Ojalá alguien me reconozca y que el párroco de Santa Isabel abra el libro y me diga quién es mi madre”. No hay más dobleces en una historia que ni tiene principio ni final y que, sin embargo, merece ser completada para poder continuar el camino de la vida en paz.