¿Hacemos los deberes?

15 dic 2019 / 11:45 H.

Greta Thunber, la nueva “niña prodigio” de los nuevos tiempos de la sostenibilidad ambiental, abroncaba a los gobiernos más poderosos del mundo por ningunear los acuerdos que en anteriores cumbres se habían aprobado a sí mismos sobre el cambio climático e incumplido, aunque algunos, como USA y China, ni siquiera los aprueban. A propósito de la “Cumbre del Clima 2019” celebrada estos días en Madrid, llamada pomposamente “XXV Conferencia de las Partes de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático —COOP25—”, viendo gritar, por la tele, a Thunber, un servidor se preguntaba para estos “Cuadernos de Campo” semanales si nuestros agricultores, nuestros olivareros, hacíamos correctamente nuestros deberes para esta, ya, inexcusable responsabilidad medioambiental —la de la sostenibilidad ambiental—, a la que actualmente se apunta todo el universo “ a la moda”, aunque sospecho que algunos con más falsedad que un “judas”, como a los que chilla la niña sueca.

El profesor Juan Vilar sostiene, en su más recientes publicaciones, que ya son más de 11,7 millones de hectáreas de olivar en todo el mundo, distribuidas en 64 países productores de aceite de oliva: “Durante los últimos 10 años se han plantado en el planeta casi dos millones de hectáreas de olivar, habiéndose incrementado la superficie un 21%. El olivar ya supone el 1% del total de tierras cultivadas del planeta. En los últimos 10 años se han plantado por ejercicio una media de entre 150 y 300.000 hectáreas de olivar, siendo mas del 60% de alta densidad. Además, son transformadas 100.000 hectáreas de olivar tradicional en olivar de mayor densidad”. Pensando que estas nuevas plantaciones de olivares no se hacen sobre roturaciones de bosque consolidado o forestal —en España, absolutamente prohibido— sino sobre antiguos eriales, tierras de cereales u otros cultivos no-rentables (que no es el caso reciente de la selva amazónica de Brasil), en aquel correcto caso, estamos considerando al olivar como una de las más intensas plantaciones de árboles del planeta y, por lo tanto, de potenciación y puesta en valor del olivar como sumidero de CO2, contribuyendo de forma importante a la mitigación del cambio climático.

Pero no es solo el valor del inmenso bosque mundial de olivos, el que contribuye a la sostenibilidad ambiental, sino que también la conversión, en los últimos 25 años, de los antiguos riegos “a manta” de los canales, arroyos y ríos, en la que aún siguen otros cultivos como el arroz, por los actuales de “riego por goteo” —el mayor y mejor invento de los antiguos kibutz israelitas— de ahorro en agua en cultivos, así como la mejora de la gestión de los recursos hídricos, en conducciones cerradas y redes sin apenas evaporación o fugas, que han obtenido la mayor eficiencia hídrica conocida hasta el momento; aparte de la mejora en producciones, al eliminar el estrés hídrico del verano en los cultivos de la cuenca mediterránea, especialmente en años de sequías severas, estabilizando la producción, reduciendo la vecería y el impacto de las sequías. La implantación de estos nuevos regadíos no ha supuesto ninguna merma importante en los acuíferos, caudales de ríos y afluentes, siempre que sus extracciones hayan sido ordenadas, legales y legitimadas por las Cuencas Hidrográficas. Otro factor del riego eficiente ha sido la reutilización de las aguas residuales y fecales, regeneradas por depuradoras, plantas de tratamiento de aguas residuales e incluso desaladoras de agua de mar, en donde es posible. Riegos que han posibilitado no solo una mayor y mejor producción, sino también la mejor floración del olivo y su adelantamiento en fechas, hasta en quince días, aunque con variabilidad en zonas de montaña o campiña; y, por ende, la mayor generación foliar y arbustiva, y desde luego productiva, aumentando la asimilación de CO2 y contribuyendo a la mitigación de los gases de efecto invernadero. La casi absoluta desaparición del arado a reja y su sustitución por suelos “sin laboreo”, como se les denominaron antes, que sustituyeron aquellas hendiduras de arados “a reja” de un medio metro de profundidad, dañando raicillas y compostaje, por un actual, escaso y superficial laboreo con rastras, e incluso con la implantación de cubiertas vegetales en las camadas del olivar, y aterrazamientos en laderas y pendientes, dieron fin a aquellas terribles erosiones que socavaron nuestros antiguos cultivos, colapsando ríos y desembocaduras en el mar, y desertizando nuestros suelos.

Así, el Consejo Oleícola Internacional (COI) ya desveló en la anterior Cumbre del Clima de Marrakech, que el ciclo de vida de un litro de aceite de oliva, desde que se produce hasta que se consume, genera una media de 1,5 kilos de CO2, pero, al mismo tiempo, el olivar es capaz de llegar a fijar hasta 11,5 kilos de CO2 por cada kilo de aceite producido, generando un balance positivo de fijación de 10 kilos de gases de efecto invernadero. En la jornada “Cambio climático y biodiversidad. Hacia una revolución del sistema alimentario”, organizada en el marco de esta cumbre por el Ministerio para la Transición Ecológica y la revista Ethic el pasado 5 de diciembre, en una mesa en la que participaron Sofía Menéndez, periodista ambiental y científica; Alberto Alfonso Pordomingo, cofundador de “Apadrinaunolivo.org”; Tere Adell, gerente de la Mancomunidad Taula del Sénia, y nuestro paisano jiennense José Eugenio Gutiérrez, coordinador del proyecto “Olivares Vivos de SEO/Birdlife”, se subrayó la importancia que adquiere el olivo en el mantenimiento del paisaje y el freno que supone a la erosión, así como la valorización que merece el aceite que de él se obtiene. Además, el COI recordó también que la fijación de carbono redunda en la capacidad del terreno de almacenar agua, por lo que ayuda a combatir la desertificación que amenaza a amplias zonas del Mediterráneo. Más si cabe en España, que atesora más de 2,5 millones de hectáreas de olivar de los 5,5 millones de hectáreas existentes en la Unión Europea.

El olivar es uno de los ecosistemas más ricos que existen en España, tal y como ha puesto de manifiesto el proyecto “LIFE Olivares Vivos”, una iniciativa coordinada por SEO/Birdlife que está financiado por la Comisión Europea y cofinanciado por la Fundación Patrimonio Comunal Olivarero y la Asociación Interprofesional del Aceite de Oliva Español, y cuenta con la participación como socios de la Diputación Provincial de Jaén, la Universidad de Jaén y el Consejo Superior de Investigaciones Científicas. “Tras evaluar la biodiversidad de una serie de olivares, se han catalogado 165 especies de aves, una cuarta parte de las documentadas en la Península. Algo similar ocurre con los invertebrados, con 58 especies de hormigas y 119 insectos polinizadores. Asimismo, se han localizado 549 especies herbáceos y 137 de leñosas. Partiendo de esa realidad, este proyecto está desarrollando estrategias que se puedan aplicar de forma sencilla a todo el olivar español para garantizar una óptima biodiversidad. El olivar es un cultivo estratégico para recuperar biodiversidad: por sus características de cultivo permanente y forestal, por su distribución a lo ancho de la cuenca mediterránea (el principal punto caliente para la biodiversidad en Europa) y por su carácter de planta nativa del entorno mediterráneo”, dicen en este Proyecto Life. El objetivo del LIFE Olivares Vivos es incrementar la rentabilidad del olivar a partir de la recuperación de su biodiversidad y la puesta en práctica de modelos agrícolas respetuosos con el medio ambiente.

Quizás nos falte —en el olivar— por mejorar algunas asignaturas relacionadas con tratamientos fúngicos, fitosanitarios y abonados químicos, aunque más de competencia de las grandes compañías bioquímicas, laboratorios y gobiernos reguladores —como hemos considerado en otras ocasiones— que las del propio agricultor, para llegar a unos tratamientos más ecológicos y sostenibles ambientalmente, para seguir aumentando —en nuestros olivares— el secuestro de carbono, y ayudando a mitigar la emergencia climática, en la que todos estamos implicados, para proteger nuestro, hoy, maltratado planeta.

consultoria.olivar@gmail.com

Notas sobre el pintor Antonio Manuel Contreras Jiménez
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La Bobadilla (Jaén), 1953. Un proceso estético inverso ha llevado a este autor, de la ampulosidad de los grandes óleos, acuarelas y pasteles de su juventud, a la minuciosidad y el detalle del dibujo a plumilla y el grabado. Aunque autodidacta, fue ya talentoso desde su juventud (le recuerdo reivindicando, enfadado, con el profesor de dibujo del colegio, sobre la originalidad de sus primeros carboncillos). Adquirió sus primeros conocimientos de cerámica y pintura en la Escuela Central de Artes y Oficios de Madrid, y otros centros. Su gran predilección actual es el grabado, al que llegó tardíamente, tras su asistencia a varios talleres privados y del Círculo de Bellas Artes, también en Madrid. Su actividad laboral relacionada con el Turismo, el bellísimo pueblo donde habita —Patones de Arriba— y La Bobadilla de su cuna, le han dado temática para la creación de cientos de plumillas, en su mayor parte basadas sobre temas paisajísticos y de arquitectura rural. Ha publicado 13 libros e ilustrado otra docena; ha realizado más de 30 exposiciones y regentado la galería de arte “Villa Real”, gracias a lo cual su obra está hoy dispersa por medio mundo y representada en diversos museos y entidades. La obra aquí representada es un dibujo a plumilla sobre manchas de acuarela, en el que su pueblo natal, La Bobadilla, aparece sumido entre olivares.