Frutales y huertos:
El Edén perdido

19 ene 2020 / 11:58 H.

Amanece a finales de febrero. Los olivares forman infinitas manchas simétricas, ordenadas, hasta difuminarse entre el paisaje de lomas, carriles y la verdura de todos los tonos del verde: verdes claros, oscuros, plateados... sobre los cargados hombros pardos de los troncos del olivar; sólo salpicada por serpientes verticales de humo de la quema de los restos de la poda; y acá y allá, algunos follajes blancos rosáceos de almendros en flor —demasiados tempranos en este caluroso febrero— marcando antiguos linderos; algunas hectáreas de pámpanos de viñas y rosáceos intensos de cerezos en flor hacia la Sierra Sur; y en lontananza... las laderas rocosas de Sierra Mágina, entre pinares, encinas y algún enebro... de los montes y parques protegidos del estado, guardeses vigilantes de las invasoras retamas, romeros, tomilos y espliegos que borbotonean en los bordes civilizados de los campos, sin cabras o ganado alguno que ya los detenga o campesino que se atreva. Los pueblecitos, de brumoso blanquecino, parecen que duermen aún entre las nieblas bajas del valle del Guadalbullón, afluente casi seco del Guadalquivir, también sin choperas o desaparecidas mimbres. Apenas quedan huertos, hortalizas, sementeras, habares o campos de frutales mixtos que adivinar en este paisaje monótono, en orden militar, del casi/todo olivar de Jaén.

Pasó la época de la autarquía económica en que se cultivaban gran variedad de plantas frutales tomando como base experiencias de carácter familiar, con gran número de variedades sobre la misma parcela, o simultaneando diferentes especies. Actualmente, el agricultor moderno procura cultivar en su propiedad pocas especies y variedades, intentando obtener una abundante y seleccionada producción, buscando la rentabilidad de los mercados especializados.

La fruticultura moderna requiere cultivos especializados porque disminuye los costos de producción y la mano de obra, por la utilización de máquinas especializadas y las últimas técnicas de cultivo, adaptándose a las exigencias del gusto del consumidor. Por esta razón , el frutal no es ya una planta longeva que produce frutas selectas durante muchos años, sino que se ha sustituido por plantas cultivadas intensamente, con mayores producciones y mejores rendimientos que los cultivos tradicionales, para atender, sobre todo, a las reglas de los nuevos mercados y grandes superficies. Además la fruta deberá ser selecta, homogénea, de color definido y de presencia excelente... aunque ya su ancestral sabor es un viejo recuerdo en la memoria palatial perdida, entre tratamientos fitosanitarios y agroquímicos, también intensísimos. ¡La típica manzana roja intensa, apetitosa y brillante, tipo caperucita roja, sin mancha alguna... cuanto más bella, más tratamientos químicos, y más insípida!

En nuestra provincia existen pocas iniciativas diversificadoras del olivo: tímidas plantaciones de pistachos en Cabra de Santo Cristo y poblaciones linderas con Granada, más adelantada en extensiones de frutos secos; algunas hectáreas de almendros, más los tradicionales linderos; espárragos en Bedmar, con incierto futuro, y algunas hectáreas de huertas y hortalizas en el valle del Guadalquivir, en las llanos de la comarca de Andújar, Villanueva de la Reina y aledaños, y algunos viñedos —ya comentados en estas páginas de días pasados— en Alcalá la Real, Torredelcampo, Arbuniel y Torreperogil. Desaparecieron de nuestras lomas los campos de cereales salpicados de rojas amapolas en estas fechas, las plantaciones de legumbres —garbanzos, yeros o lentejas— y los pocos habares han quedado reducidos a nuestros huertos domésticos para autoconsumo en estos días, habitas tiernas para nuestras populares pipirranas o sobre riquísimos huevos fritos, de aves de corral, que tampoco quedan... Pero eso será otra historia. En los últimos años, varias localidades jiennenses, entre otras Castillo de Locubín y Torres, han salido del monocultivo del olivar, plantando hectáreas de cerezos, alcanzando ya unas producciones relevantes de más de 5 millones de kilos y compitiendo en calidad, y también en belleza paisajística, con la famosa comarca extremeña del Jerte, de Murcia y La Rioja. Las muchas horas de frío invernal de nuestras latitudes favorecen, como en el rosal, el buen desarrollo del cerezo, aunque le perjudican estos cambios climáticos de calores impropios en febrero, e inesperadas heladas en primavera, que abortan los nuevos brotes de hojas y frutos. En algunas poblaciones de las provincias de Sevilla y Córdoba, sus ayuntamientos han promovido “huertos familiares”, pequeñas parcelas con riego, repartidas entre sus vecinos, que han revivido hortalizas y plantas autóctonas, sabores perdidos y recuperado el entusiasmo y salud de sus jubilados. Sólo hay algunas tímidas experiencias, de este tipo, en nuestra provincia. Y posibles últimos refugios de pandemias “coronavirus”.

Como ocurre con las hortalizas, con los frutales hay que elegir el cultivo adecuado y realizar las labores necesarias a su tiempo. Para conseguir en nuestro huerto unos frutales sanos y una buena producción hay que seguir unas normas básicas. El primer paso es una buena planificación: selección de varietales, no sólo por rendimiento productivo, sino por adaptación al clima; marco de plantación suficiente teniendo en cuenta su futuro crecimiento que posibilite una buena iluminación y un buen desarrollo arbóreo y reticular; tratamientos de enfermedades y plagas, así como su correcta prevención; abonado adecuado según necesidades nutricionales de las plantas y las condiciones de sus suelos; eliminación de malas hierbas y competidores nutricionales de la planta, lo más orgánicas posibles, sin daños colaterales para la avifauna circundante ambiental, podas y recolección.

Por su multitud de especies y variedades, los frutos —frescos y secos— aportan una nota más del color en la amplia paleta del mundo vegetal; las frutas y hortalizas regalan a nuestro organismo las proteínas, carbohidratos, grasas, minerales y vitaminas suficientes para nuestras necesidades alimentarias, nutritivas y saludables. Demos un pequeño respiro ambiental a nuestros cultivos monocordes y busquemos en nuestros homogéneos predios, en un rincón con riego, una artesana hortaliza de tomates, pepinos, calabacines, berenjenas, cebollas, coles, patatas, nabos, zanahorias... de verano y de invierno. Plantemos especies de frutales adaptados a nuestra clima y suelos, y con frutas diversas en todas las temporadas: nísperos, brevas, cerezos, albaricoques, frambuesas... primaverales; veraniegos manzanos, perales, membrilleros, ciruelos, melocotoneros... Nueces, almendras, pistachos, castaños y avellanos; y en invierno... Aceitunas, la fruta mas tardía y que madura en las peores y mas frías fechas de nuestro calendario. Y disfrutemos de la gastronomía complementaria de las frutas y hortalizas: conservas, almíbares, mermeladas; más las verduras —tagarninas, collejas, espárragos...—, hongos, frutillas del monte o setas silvestres, que pocas quedan, aunque todavía algunas.

¡Qué exquisito placer para los sentidos constituye tomar un fruto del árbol y saborearlo en toda su frescura! Las operaciones de plantar, podar, cuidar, y sobre todo recolectar, engendran relaciones íntimas con las plantas, la tierra, la naturaleza. Crear nuestro propio huerto, con frutales variados y hortalizas autóctonas, constituye una fuente de inagotables experiencias, salud y alimentación sana, rica y variada. Y, sin duda, también gratificante en pérdida de sobrepeso y colesterol.

consultoria.olivar@gmail.com

Notas del pintor
Blas Cabrera Rosa