Cooperativas agrícolas: renovarse o morir

19 ene 2020 / 11:58 H.

Atardece pronto en invierno, los últimos rayos de sol se quiebran con las ráfagas de los faros de los vehículos ante la cooperativa. Se alinean tractores, todoterrenos y camioncillos, con sus remolques cargados de aceituna ante las tolvas de limpieza y pesaje, unos situados en la línea para la aceituna del vuelo del árbol y otra para las de suelo; varias cadenas, sin fin, serpentean y transportan la aceituna para soplarla de hojarascas, cribarla de tierra y piedrecillas, lavarla y, finalmente, pesarla. ¡Cuántas anochecidas con mi padre, y después solo, esperando turno, en la cola de la cooperativa! Es el trabajo más importante del día, el resultado diario de la recolección de aceituna, el pesaje, coger el tique del peso vaciado, coger las muestras para analizar los rendimientos industriales oleicos e irse para casa para asearse y descansar de la dura jornada de nuestros aún agrestes campos.

Allí están los hombres olivareros —aún escasas mujeres, aunque ya algunas—, con sus ásperos trajes de faena manchados de malvas/aceitunas, sus gorras de visera, su faz curtida y sus manos duras, hechas al manejo de las varas mecánicas, sopladoras para los suelos y otros aperos de recolección; es también la hora de la conversación de la labor del día, de los achaques de salud, de los bajos precios, los sinsabores familiares y los del más sano compañerismo. ¡Qué buenas y fraternales amistades se hacen en la cola de espera de la cooperativa!

Al buen Manolo Kayser, excelente artista/pintor, lo conocí en esta fila olivarera, transformado cada campaña recolectora en labrador, aprovechando sus vacaciones navideñas de profesor, tal como yo y tantos otros convertidos en agricultores de temporada, junto a tantos otros cientos, a dedicación plena, dueños de un pequeño olivar, juntos, ante la fila y el calor de la cooperativa.

En nuestro país, y también especialmente en el sector agrícola y olivarero andaluz, la actividad económica del sector está organizada en forma social corporativa: la sociedades de cooperativas en primer grado —productores agrícolas— y en segundo grado, o incluso tercero —asociaciones de asociaciones de productores—, también como Sociedades Agrarias de Transformación —agrupaciones de seis o más grandes productores individuales—, en las que se lleva a cabo la transformación de la aceituna cosechada en aceite de oliva; y ahí suele acabar su proceso comercial primario y secundario. Andalucía es la comunidad autónoma con mayor número de cooperativas; nuestra región cuenta con cerca de 4.000, con más de medio millón de socios. En nuestra provincia, las cooperativas agrícolas son el pilar básico de nuestra economía, que desde su fundación en los finales del siglo XIX, han pasado por algunas crisis importantes como las de la disolución de Uteco en 1983, y alguna otra en los años 90; evolucionando considerablemente desde la implantación del Mercado Único Europeo en 1993, y la importante repercusión de las Ayudas de la Política Agraria Común (PAC) en nuestro olivar, transformando nuestra producción agraria, la mecanización y modernización de nuestra maquinaria agrícola e industrial, aunque nuestras cooperativas —excepto gloriosas excepciones, como Oleocampo en Torredelcampo, Interóleo o JaénCoop— no hayan traspasado los límites de la mejora de la producción, y actuando escasamente en la transformación y comercialización alimentaria, llegando —como mucho— a la tramitación de aquellas ayudas, reformas y nuevas normativas de aplicación agrícola.

La organización de la actividad económica del sector, en forma de cooperativa en cualquiera de sus posibles manifestaciones, ha sido durante los últimos cincuenta años, y lo sigue siendo en la actualidad, la base comercial de las explotaciones agrarias familiares, así como la mayor urdimbre del tejido social en el medio rural, constituyendo la mejor alternativa societaria a las de tipo simplemente individual o sociedades mercantiles convencionales, y en donde radica su mayor fortaleza económica contra la invalidez individual de los miles de pequeños y medianos propietarios olivareros.

La cooperativa olivarera ha sido, y sigue siendo en nuestros pueblos, el órgano vertebrador social de mayor importancia incluso que la iglesia local, los pocos implantados sindicatos agrarios o el mismísimo Ayuntamiento local; en donde priman los consensos sociales y de defensa colectiva de las rentas agrarias, por encima incluso de las consignas o pertenencias particulares políticas. La unidad colectiva de los olivareros ante sus adversidades de todo tipo, o sus escasos éxitos, se manifiestan en las cooperativas, como bien lo saben las entidades financieras que actúan en el medio, las empresas proveedoras de maquinaria o tratamientos fitosanitarios o los más perspicaces intermediarios u operadores comerciales, todos lo saben y reconocen... Menos ellos mismos, los cooperativistas, que aún no son conscientes de sus fortalezas, debilidades, amenazas o sus oportunidades; aunque sólo sea para incentivar las fortalezas y oportunidades positivas, y conjurar las otras.

Nuestras cooperativas disponen, pues, la “fortaleza” de su fuerza social y económica, la contribución al desarrollo territorial, de su unidad asociacionista, de la concentración de la oferta, la mejora de la producción agraria, de sus atributos saludables alimentarios. Así como somos reos de nuestras “debilidades”: falta de modernización de estructuras fabriles, escasa contratación gerencial confundiendo gerencia con consejos rectores, falta de profesionalidad y cultura empresarial, la falta de control democrático, listas abiertas en candidaturas a órganos rectores, formación e información al socio, gestión sin criterios empresariales, escaso relevo generacional, transparencia y renovación interna de sus órganos gestores en algunas cooperativas anticuadas, falta de cooperación entre cooperativas; a lo que se suman las debilidades del mercado: la falta de comercialización directa, la escasez de promoción, el aumento de producción frente al menor aumento de la demanda, y falta del debido reconocimiento social a nuestra noble actividad. En nuestras “oportunidades”, citaremos: la apuesta por la calidad, el envasado y por la buena gestión; la explotación de nuevas experiencias como el oleoturismo y el medio ambiente ligados a la agricultura, y la alineación con los valores sostenibles y cada vez mas ecológicos, gestión con criterios empresariales y compromiso con la comunidad social en que se inserta. Y las “amenazas” de estas fechas: los aranceles norteamericanos y chinos, la competencia de otras grasas saludables, las fijaciones de bajos precios por distribuidores, intermediarios y supermercados, la falta de regadíos y concesiones de agua, la escasas ayudas nacionales y autonómicas para la modernización de nuestra maquinaria y aperos, el cambio climático.

Un pasado con luces y sombras, abierto al futuro luminoso de nuestras oportunidades, superando nuestras debilidades y amenazas, y abiertos a la siembra de nuestras mejores fortalezas. Lo que mi buen amigo, M. Nuñez García, infatigable defensor del olivar ecológico y de la Sierra de Segura, definiría como “autoconocimiento/transformación”.

consultoria.olivar@gmail.com

Notas del pintor
Alfonso Parras Vílchez