Río de órganos y cerradas
Alto Guadalquivir con “Trio No. 2, Op. 100”, de Franz Schubert
Dicen que su nombre viene del sonido del agua cuando se desplomaba desde el salto de 60 metros laminando la caliza travertina que semejaba tubos de un órgano. Las obras de la central hidroeléctrica acabaron con esa morfología, pero el Salto de los Órganos es emblema del Borosa. También río de cerradas, esos estrechos desfiladeros de la caliza fracturada por donde discurre su cauce. La más renombrada es la Cerrada de Elías, ruta imprescindible que maravilla al viajero.
En el Alto Guadalquivir, donde el Borosa desemboca en el gran padre de los ríos andaluces, el espectáculo impresiona. Más allá del Salto y la estrecha hendidura de Elías, hay órganos en cada talud de la roca quebrada del cauce, pozas, plataformas casi pulidas como enormes mesas sumergidas. También cerradas de menor hechura cuando la fractura achica la ribera. El agua las enfila veloz y blanquea de espuma. Remansa en las pozas, torna enigmática en oquedades y otras entrañas que parecen no tener fin tras milenios de historia natural que han pulido la caliza carbonatada y porosa, versátil para el agua y regalo inestimable para los antiguos canteros.
Varan las hojas del otoño, pululan libélulas y otros insectos en los humedales de la piedra forrada de liquen. El arbolado es frondoso y el agua, siempre el agua, es limpia y camaleónica cuando la luz del sol percute sobre ella en su lecho de rocas.