Ramones a fuego lento
Sierra Mágina con Horacio Salgán, “A fuego lento”, en una versión de Gustavo Dudamel con la Filarmónica de Berlín

‘No te eches nunca encima del ramón, niño, que te puedes abocinar y quemarte hasta las cejas’, repetía Florencio mientras apilaba las ramas en la clara del olivar para prenderle fuego. Siempre con el Ducados en la comisura de los labios, la gorra bien calada y el pantalón de pana ceñido con un viejo cinto.
Quemábamos los restos de la corta de los olivos, terminada la recogida y con los árboles en reposo, cuando el día era propicio: sin lluvia y, a poder ser, sin viento, y si soplaba fuerte que no pusiera en riesgo a los olivos. La hoguera siempre orientada a favor. ‘Si se te ocurre quemar una estaca, la vas a tener que pagar trabajando’, sentenciaba Florencio entre calada y calada.
Una buena corta deja el olivar que da gloria verlo. Ramas aireadas para que se soleen como es debido; viejos troncones cortocircuitados de la circulación general con un buen tajo y troncos maduros amputados para que regenere la madera con nuevos brotes que acabarán siendo robustos.
Las ramas que no iban a la palera se daban al fuego, se dan aún. Antiguo manejo en paulatina desaparición. La biomasa hay que eliminarla para evitar plagas. Puede triturarse y esparcirse por el olivar como rico humus. Otra alternativa es convertir esa biomasa en energía, casi una quimera para una industria afín en mantillas. Los que siguen quemando tienen que pedir permiso y cumplir determinados requisitos. La norma es la norma.
Si ves una densa y alta columna de humo en el olivar es que hay una cuadrilla trabajando en la quema. Como en estos olivos de bancal en Sierra Mágina, donde el ramón se consume a fuego lento.