Peces cabezones
Sierra Mágina con “Abdelazer Suite”, de Henry Purcell
Aquel puente se mantiene en pie, aliviado hace décadas del peso de camiones y coches. Bajo su arco de medio punto menudeaban arroyadas y charcos de las escorrentías y allí buscábamos los peces cabezones. También a orillas de un arroyo cercano, bajo otro puente por donde pasaban trenes que descarrilaron para no volver a las vías. La maña consistía en atraparlos con una bolsa pequeña de plástico, llevarlos a casa, convencer a la madre de que nos diera un cuenco grande de cristal y criarlos con la esperanza de verlos transformados en ranitas.
Aquella pecera improvisada con piedras de río en el fondo y algunas ramas verdes no daba para tal fin, pero la fascinación era más poderosa de la conciencia. Jirones de la memoria avivados cuando la vista alcanza esta vieja fuente de Sierra Mágina, antiguo abrevadero en el camino de Jaén a Granada donde paraban los arrieros para que sus caballerías saciaran la sed. Tres caños, un desagüe generoso, maleza alrededor y alguna cortina de juncos que dan paso al agua clara y mansa donde nadan los renacuajos.
Aquí crían las ranas. Ya han eclosionado los huevos que transportan en sus patas traseras los pequeños y orondos sapos parteros. En la fuente y en las charcas de la zona. No acabarán en ninguna pecera estéril y tuneada. Mejor así.