Noche bandolera en el cerro
El Área Metropolitana, con “El diálogo entre el viento y el mar”, de Claude Debussy

No se ve, pero se siente y se escucha. Ya se encargó la maestra de que lo aprendiéramos bien: el viento es el aire en movimiento. Los bachilleres ya manejan otros conceptos más en detalle. El de las presiones. Alta (anticiclón) y baja (borrasca). Así se mueve el viento, por las diferencias de presión y temperatura.
A los que viven en la capital de este Santo Reino no tienen que decirle cómo se las gasta el viento en Jaén y sus alrededores. Flanqueada por un cinturón de montes al sur y sureste, el viento asciende por sus laderas de barlovento y se enfría. Baja después por las laderas de sotavento, se calienta y desciende rápido, muy rápido. Los iniciados en su circulación general conocen el fenómeno. Lo llaman efecto Fohen, un germanismo que se usa para nombrar un viento cálido y seco que sopla en Los Alpes, el Föhn.
Cuando sopla de veras en Jaén, mejor nos olvidamos del paraguas o del peinado y los árboles, de sus hojas secas o de sus ramas más viejas. Amén del ferial de San Lucas de los toldos mal anclados o de sus guirnaldas de luces. Sopla más de día, pero hay noches que no se libran de la ventolera. En este cerro habitado del Área Metropolitana de Jaén arrecia con ganas. Puede catalogarse de fuerte e impresiona en una atmósfera espectacular que combina sombras, luces que la salpican entre el arbolado y sonidos cuando percute con todo lo que encuentra a su paso.
El viento no tiene sonido por sí mismo, sólo cuando encuentra obstáculos a su paso. Silba si percute contra las rendijas de una ventana, por ejemplo, o susurra cuando mece y zarandea las hojas de los árboles. Compone sonidos con todos estos instrumentos y los articula en noches bandoleras como la de nuestro cerro, porque es cambiante, impredecible, difícil de controlar.