Clavicémbalo en el campo de cebada
Fandango, de Domenico Scarlatti, en La Campiña

Hordeum vulgare, monocotiledónea de la familia de las poáceas, es el quinto cereal más cultivado del mundo. Hasta que el trigo le hizo el cuco, se hacía el pan con su grano. Pero su sino está indisolublemente unido a la espirituosa cerveza. Contigo, pan y cebolla. Fino es su tallo, linguadas sus hojas de color verde claro y la espiga, que estará madura para la siega en junio o julio, tiene tres espiguillas en cada nudo del raquis. Otra muestra versátil de la orfebrería botánica.
Tiene este campo de cebada en La Campiña jiennense una cuarta de altura. Suficiente para que el viento peine sus hojas en un constante oleaje de este a oeste que ondula el sembrado. Forma parte de la incuestionable trinidad mediterránea: olivo, vid y cereal. Sostén de las despensas y los establos. La Hordeum distichum, una de sus dos especies, es la utilizada en el proceso del malteado cervecero. Aunque es raro, se sigue haciendo pan de cebada: es rico en oligoelementos. La mayor parte de su producción, un setenta por ciento, se destina a forraje para el ganado; el 21 por ciento al malteado de la cervecería y el resto para consumo humano.
Sopla fuerte el viento. Las elegantes hojas de la cebada son como las púas de un clavicémbalo que tocan un fandango con las cuerdas del viento de marzo, entre aguaceros que le dan vida.